jueves, 9 de julio de 2015

PASOS A SU ESPALDA


Resonaban cual ecos de los suyos propios, aquellos pasos detrás de su mirada. Era muy temprano en la mañana, aterido el cuerpo del frío a pesar del grueso abrigo que llevaba. Hasta un espeso y suave gorro de piel enfundado hasta cubrir inclusive las orejas. Aun así podía oírlo…firme, constante, cual maquinaria de reloj.
Apenas se vislumbraba el alba entre neblinas que ahogaban rascacielos. Eran varias cuadras hasta la parada del obscuro subte que a diario la llevaba hasta su lugar de trabajo.
Los pasos tras de si, como cada día desde hacía una semana.
Inútil sentir miedo o girar la mirada. Solo una vez lo hizo, y no vio nada. Se lo contó a un par de amigas un día desesperada, le dijeron que denunciara, Se lo dijo a sus compañeros y entre risas y murmullos le aconsejaron comprar un arma. Le preguntó a su madre en la distancia, le dijo que se cuidara. Llamó a la policía, le pidieron datos que lo identificara, hasta le hablaron de las multitudes ciudadanas que recorren los mismos caminos cada mañana y que de no mediar una agresión bien comprobada, ellos, no podían hacer nada.
Todo comenzó hace una semana…
Apresuró sus pasos apurando la llegada al subte que la salvara y del que bajaría cuando ya el sol claro y cálido se vislumbrara. A partir de allí podría respirar con calma. Microcentro en Bs As, multitud desenfrenada, cruzar las calles en avalancha, gente que corre, empuja, va atrasada; bocinazos, insultos, frenadas, ensordecen el temor que le anida el alma.
Llega a su edificio, comienza su jornada; llega al cubículo de su oficina y de nuevo la intensa sensación que le oprime el alma, sobre su escritorio, como cada mañana, una rosa roja allí posada. Una tarjeta sin nombre y solo dos palabras “ Serás mía” enunciaban. Se quitó el abrigo, el gorro y acomodó su pequeña estancia.
Mucho le llamaba la atención que casi nadie le hablara, y que inclusive el trabajo en la canasta era siempre el mismo desde hace una semana.
Ni siquiera el teléfono ya sonaba—Van a despedirme—Pensó.
Sacudió su cabeza como espantando dudas y se concentró en lo suyo hasta terminar la jornada.
Ese día, como por milagro recibió dos llamadas, atendió…nada.—Debo llamar a reparaciones—pues del otro lado nadie la escuchaba.
Hora de partir, vistió su abrigo, recogió sus cosas y emprendió la marcha.
Es cierto que vivir y trabajar en Bs As es difícil y solitario; que nadie presta atención a nadie, pero esto ya exasperaba. Aunque no era extraño porque siempre la habían considerado rara. Desde hacía una semana ya con nadie hablaba, hasta los saludos se perdieron en la nada, pensó que quizá eso fuera
su culpa por andar siempre ensimismada. –Esto tiene que terminar—Se dijo a
si misma y cruzando la puerta levantó la vista y se irguió determinada.
En medio del tumulto, nuevamente apresurada, bajó las escalinatas al subte
bajo las luces que siempre titilaban. Subió al vagón apretujada, nunca había
asientos pero desde hace tiempo no se sentía cansada.
Mientras, y como nunca antes hacía un repaso del vagón con la mirada…en el
extremo sur, un hombre la observaba. Vestido impecablemente de sombrero y
sobretodo negro, imperturbable la mirada…una mirada gris y triste la
atravesaba. Se sintió molesta, bajo sus ojos y se concentró en la ventana.
Desde el reflejo del cristal apenas vislumbraba el rápido correr del subte y las
luces de cada una de las paradas.
Cuando llegó a la suya, un sobresalto le trastornó la calma, los ojos grises del
hombre vestido en negro la miraban, no era su propio reflejo, sino el de el del
otro lado en la ventana.
Sacudiose el coche en la frenada, de su pequeño bolso rodaron un par de
labiales que con ella siempre llevaba. Pudo más el miedo que de pronto la
inundaba. Se abrió paso entre la gente y salto fuera hacia la acera
consternada.
Mirando a todos lados, no vio nada, subió aprisa las escalinatas hacia la
superficie y como un roce de plumas por su espalda sintió de nuevo la
presencia que desde hace días la acosaba. Emprendió casi corriendo las
cuadras que de su casa la separaban…de nuevo el eco de sus pisadas
resonaban simétricas, sincronizadas, pero nunca la alcanzaban.
Al llegar hasta su cuadra observó aliviada, la presencia de varios patrulleros y
gente amontonada. Atravesó el tumulto como si nada, largas cintas amarillas
recuadraban la escena de una desgracia. De pronto miró hacia el frente y se
encontró de nuevo con la figura del hombre que la miraba. Corrió mas fuerte
hacia su casa…la gente murmuraba. Su puerta estaba abierta, la policía dentro
de su casa…dos viejas vecinas con quienes nunca conversaba con los agentes
allí dentro hablaban—Ella vive sola!! Nadie la ha visto desde hace una semana-
-.Se detuvo en seco, en plena sala…desapareció el sonido, la luz, la gente…y
toda su perpetua y rutinaria calma invadió la estancia.
Las imágenes invadieron su mente a obscuras, desorientada.
Fue el domingo de la semana pasada, al regresar de una velada…Los pasos
comenzaron a resonar a sus espaldas , fue aquella vez cuando giró y no vio
nada. Esa noche se metió en la casa apresurada, corrió al teléfono he hizo
todas las llamadas; nadie acudió para acompañarla. Se sentó en su cama
acongojada cuando recordó la puerta, en el apuro, mal cerrada.
Ya era tarde, un par de fuertes brazos la sujetaban. Mientras con una mano la
desvestía, con la otra…
Y vinieron los pasos, aquel lunes por la mañana. De eso hacía, una semana; y así cada día, como si nada. Ejerciendo su rutina de mujer joven independiente y solitaria, con un buen trabajo en la Gran Ciudad mas desolada…y ese acosador que la perseguía siempre a sus espaldas.
En su obscura soledad desconcertada, ahora pensaba…—Ojalá sea así, otra vez, en la mañana.
De pronto sintió una suave mano sobre su brazo y más arriba la gris mirada. Sin hablarle, la condujo inerme a través de aquella sala, por el pasillo hasta el dormitorio y desde allí hasta el borde de su cama—Que bueno—pensó, estaba tan cansada.
Entonces vio. Yacía semi desnuda y degollada su frágil figura sobre la cama ensangrentada ; no podía reconocerla después de muerta, amoratada, salvajemente desfigurada. Muerta…desde hace una semana.
Temblaron sus piernas, se desmayaba y el hombre de la gris mirada, la abrazó y sostuvo cual si la amara. Alzó del cuerpo, sobre la cama, una rosa roja marchitada, sin nombre y solo dos palabras.
Ella cerró sus ojos cual si llorara, mas no surcaban lágrimas sobre su cara. Era ella, la de la cama.
El, susurró en su mente, con su mirada cálida.—Ahora lo sabes.No eras tu, esta semana, solo era tu alma desorientada.
La tomó suave de la mano y se sintió etérea mientras surcaba el espacio entre la asumida muerte desgarrada y la luz que la esperaba.
Por fin los pasos…no hacían ecos tras de su espalda.


MARCELA ISABEL CAYUELA
Julio 2015- (Todos los Derechos Reservados)

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