martes, 28 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA

Capítulo 6

LIZBETH



La joven Tumbesina era una muchacha notablemente bella, aunque de baja   estatura – aproximadamente 1,50 m- Los hombros fornidos, el cuello breve, la piel trigueña y todo en su contextura, revelaba la ascendencia chimú palpitando en sus arterias; en especial al divisar esos inmensos ojos color verde mar. 

De ella se decía, que había nacido en la localidad  de Aguas Verdes, en el extremo noroccidental del Perú, y estas características de su apariencia la instituían como descendiente típica de una de las más poderosas y antiguas civilizaciones que habitaron el Departamento de Lambayeque, situado, en la actualidad, a unas cuatro o cinco horas de recorrido por la Panamericana hacia el centro sur.

Sin embargo esta raza, posterior a la “Mochica” o “Moche”, se extendió tanto hacia un extremo, (norte) como hacia su opuesto (sur) del país. Viéndose frecuentemente enfrentada y hasta sometida por el Imperio Incaico. Su aristocracia construyó y habitó formidables edificaciones que conformaron la Ciudad de  “Chan Chan”(1) . Cuentan además los historiadores, que éstos arribaron a esas tierras montados sobre grandes balsas de madera y desde incierta procedencia; comandados por el legendario “Tacaynamo”(2)  (El gran Chimú) durante el año 900.

Lizbeth no tenía progenitores biológicos conocidos. Huérfana desde muy pequeña había simplemente brotado de la nada, contando con  la suerte de ser  apadrinada por una de las familias fundadoras y más adineradas de Aguas Verdes, quienes le adoptaron asignándole su propio apellido.

Por extraño que parezca, llegó el momento en que dicha casta adoptiva prefirió mantenerla a cierta distancia, debido al hierático comportamiento que la joven denotaba a medida que iba convirtiéndose en adulta. Así fue que a través de una regia mensualidad, consiguieron tanto acallar sus culpas e inquietudes respecto a la muchacha, como el que viviese muy bien, pero apartada del núcleo familiar. 

Sin dar mayor importancia al hecho, Lizbeth continuó sus estudios en una de las universidades más importantes del país, aprovechando al máximo su libertad e independencia. Solía viajar a menudo, la mayor parte de las veces con objeto y destino inescrutable. 
…………..
[1] (del quingnam Chan-Chan, "Sol resplandeciente") es una ciudad precolombina de adobe, construida en la costa norte del Perú por los chimúes.
[2] Tacaynamo o Chimor Cápac, fundador y primer gobernante del Reino Chimú  , implantó un estado despótico, militarista y de gobierno hereditario.


La noche antes de tomar el  vuelo a Lima, Lizbeth se hallaba sola en su departamento, casi en penumbras, rodeada por docenas de velas  encendidas; las que en su titilar, originaban sombras moviéndose misteriosas  entre las numerosas esculturas de diverso tamaño que reposaban sobre estanterías de vidrio empotradas en las paredes. Casi todas ellas semejaban ser originales o en su defecto, réplicas extraordinarias de autóctonas reliquias desaparecidas de  museos y ruinas arqueológicas en la zona. 

Sobre todo, destacaba una figura femenina, de unos 15 cm de altura, tallada en oro y de constitución física muy similar a la de Lizbeth, específicamente en lo relacionado a sus enormes ojos verde azulado, que en la esfinge se mostraban pincelados con lapislázuli.

Lizbeth permanecía desnuda, de rodillas sobre la alfombra del recinto, sus  brazos desplegados en cruz y bajo un estado de profunda abstracción.

--Debes ir por ella—indicó una portentosa voz masculina surgiendo improcedente desde la totalidad del ambiente y de ningún lugar en especial—Nos pertenece. Aun cuando “ellos” llevan siglos aguardándole,  primordialmente….”él”

--¡Oh mi Señor! ¡El momento ha llegado!—respondió ella sobrecogida

--Así es mi princesa…Conoces tu misión. Y, por fin, es hora. —dijo la voz del hombre

--Si mi Señor, lo sé. Ella volverá a nosotros.

--¡Parte entonces!, ¡sin demora!

--Que así sea, mi Señor, Tacaynamo.




Continuará…


Imagen: Jezz Falen
Diseño y edición: Marcela Isabel Cayuela
© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)


lunes, 20 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA


Capítulo 5


“KUTI” (REGRESAR)





Las Catacumbas…quien sabe cuándo…




Durante la tercera incisión realizada sobre una de sus piernas, Daniela volvió a perder el sentido. Además de escindir más allá de la piel, quizá por debajo de la capa subcutánea, posteriormente  presionaban a los lados de la herida, cual si pretendiesen extraer alguna sustancia desde la misma. No podía verlo, los tres que la inmovilizaban por el tronco, impedían toda probabilidad de vislumbrar las maniobras que practicaban con ella.

Tampoco tenía demasiadas fuerzas, sentíase débil, impotente; deduciendo que se debía al tiempo que permaneció sumergida en aquella ciénaga y, obviamente, resolvió que era mejor no preguntarse cómo fue que sobrevivió a eso ni porqué estaba donde estaba. Dadas las circunstancias, no atinaría una respuesta asequible. Lo importante de momento era atenuar el dolor, prever los riesgos venideros y por sobre todo, resistir. Eso, si es que aún vivía.

Sumergida en un letargo indefinido y misteriosamente consciente de ciertos fragmentos de la irrealidad circundante, advirtió que la trasladaban hacia otro sector también subterráneo, pero donde no se hallaba sola. El coro de lamentos que  inundaba, reverberando, las concavidades pétreas de la estructura, le proporcionaron una idea bastante precisa sobre la numerosa compañía de dolientes aquejados por quién sabe qué  tipo o diversidad de padecimientos.

Determinó que los individuos encapuchados no eran otra cosa que monjes, destinados al cuidado de todas estas personas, entre las que ella misma se hallaba, deduciendo que no intentaban asesinarla sino ¿aliviarla?

Las sombras dominaban el espacio, atemorizantes. Los murmullos se oían angustiosos y, ocasionalmente, un llanto desgarrador surcaba las penumbras por encima del resto, declamando en aymara el dolor de alguna pérdida fatal. Los días transcurrían imprecisos ya que Daniela no tenía forma de constatarlo. Los contaba según la frecuencia con que se les proporcionaba algo de alimento y, dado el prolongado lapso entre una y otra ración, conjeturó que esto se hacía solo una vez al día.


En varias oportunidades acudieron a cambiarle los vendajes en las piernas, más bajo las capuchas, estos monjes llevaban a su vez cubierto el rostro con telas crudas a modo de barbijo protector, preservándolos anónimos a su escrutinio.

Paulatinamente comenzó a recuperarse, pero había decidido mantenerse inmóvil y silente hasta encontrar el modo de salir de allí; o al menos, reunir  fuerzas suficientes como para inspeccionar el área sin ser atrapada.

Aquella noche dormía como se acostumbró  hacerlo, a medias; con parte de sus sentidos alertas, expectantes. Sin embargo no lo percibió hasta que estuvo directamente frente a ella. El olor fue lo primero que advirtió: ácido, fétido. Abrió los ojos levemente, con los párpados entornados, fingiendo perdurar obnubilada e inhábil. No obstante, cerró con fuerza los puños y tensó los músculos.

--Cusisiyaña[1]—dijo el sujeto indicando con sus manos su propio pecho—Cusisiña[2]–continuó esta vez señalando a Daniela—Ajayu atamaña sami [3]--apuntó nuevamente a la joven—jutaña jasaniña [4] ¡kutiña! [5]—dijo con la voz quebrada de emoción y sujetando las manos de Daniela—Jakisxaña[6] yanapasiña[7] munaña, irpasiri [8]—finalmente mirándola con los ojos llenos de lágrimas, acarició el rostro de la estupefacta Daniela y dijo con extremada dulzura—Munata….munata…[9] jutaña, jutaña. [10] Ajayu waliptayaña. [11]

Daniela no apartaba la vista del joven nativo. Tendría éste casi su misma edad y a pesar de lucir evidentes los rastros de haber sufrido alguna virulenta enfermedad tal como viruela o peste, aun podía apreciarse su fuerte contextura y la equilibrada belleza de unos rasgos, aunque autóctonos, suavizados por la armonía de una expresión amable y dulce. Sus modales denotaban un dejo patricio. Su mirada acaparaba ardiente todo el campo visual de Daniela y, por descabellado que pareciese, su voz le resultaba extrañamente familiar. Tal y como si la hubiese escuchado en sueños durante toda una eternidad.

--¡Allí! ¡Allí! ¡Apartadlo! ¡Devolvedlo a su clausura! ¡Se os ha vuelto a escapar!—se oyó imperiosa la voz de uno de los monjes. Solo que éste llevaba el rostro descubierto y denotaba una irrebatible actitud de superioridad.

El joven soltó las manos de Daniela y, antes de escabullirse:

--Khuri, hiwayiri [12] ¡millasiña![13] wasaru asxarayaña mutuyaña pichhaña [14]—contempló una última vez a la joven diciendo:--¡Kutiña! Kutiña munata [15] — luego se perdió en penumbras sorteando los cuerpos tendidos en el piso sobre toscos y ásperos pullos[16] a modo de camastros.

Daniela cerró los párpados con firmeza y encorvó el cuerpo ovillándose sobre si misma en posición fetal. Nunca había sido creyente, pero en aquel instante rogó porque nadie acudiera a ella en represalia por lo acontecido con el joven y ¿desconocido? nativo. Los minutos pasaron entre el barullo de la persecución y algunas exclamaciones de protesta por parte de los enfermos como también de los captores. En el fondo y, con hondo desasosiego, también pedía porque aquel muchacho saliera bien librado de su osadía.

Entonces, recordó el atardecer frente a la Basílica, su repentino encuentro con la mujer de negro, el significado de las palabras que esta pronunciara para ella y la visión sobrenatural e inexplicable de la extraña volcándose a mirarla desde la última imagen tomada por su cámara. Tras los dichos del joven, dicho suceso previo principiaba cobrar singular sentido. La mujer, sin duda alguna había vaticinado o auspiciado aquel encuentro que Daniela acababa de experimentar. Pero…Lizbeth ¿Cómo pudo no haberla visto?

--Lizbeth…. —murmuró Daniela para sí.

Daniela, aun cuando no practicaba ninguna religión en particular, siempre se consideró un ser en extremo espiritual, creyendo fehaciente en el esoterismo que investían tierras  imbuidas  por un vehemente misticismo, como las que comprendían todo el territorio del Perú. Aquí, el pasado afloraba sorpresivo e incólume por doquier, fusionándose para coexistir con un presente que pugnaba por prevalecer…sin conseguirlo. Asumía así que, del mismo modo en que ella sentíase subyugada por los efluvios del mismo, inevitablemente, muchos de sus  habitantes naturales se verían sometidos consciente o inconscientemente a una posesión tan vigorosa como ineludible.

Muchos de sus compañeros llegaron a considerar que no estaba en sus cabales debido a tales convicciones, conminándola a un aislamiento que, auspicioso, le confirió mayor determinación y tiempo para abocarse a un estudio mucho más que profundo y complejo de lo que la Historia simplemente se limitaba a narrar. Y aquí estaba, acorralada por circunstancias que no podría discernir como realidad, sugestión u onírica fantasía.

--Pero Lizbeth…--volvió a farfullar casi imperceptiblemente

Ella había sido la última persona con quien tuvo contacto antes de aparecer en el interior de las Catacumbas. Y también la primera con quien se relacionara apenas pusiera un pie en Lima. Algo en aquella muchacha indujo en Daniela una confianza inusual y, en solo dos días, el vínculo entre ambas, se manifestó enfático. Mas justamente ahora, no conseguía memorar el tenor exacto de sus frecuentes debates respecto a la historia del Perú; las hipótesis de Daniela o la injerencia que Liz pudo haber tenido en ellas. No. No lo recordaba. Sin embargo, trepidaba en su mente como una señal que no debía pasar por alto. Un vislumbre, un chispazo eminente.

El siseo de una larga túnica se dejó escuchar aproximándose a Daniela que continuaba ovillada, tensa y ensimismada en aquella repentina remembranza. Volvió a entreabrir los párpados, el individuo del largo atuendo se encontraba junto a ella y notó que se acuclillaba. Era el monje de la voz autoritaria.

--¡Hea! ¡Anda niña, que te he visto con el Inca! ¿Qué os ha dicho? ¡Responded si no deseáis ser conducida a las mazmorras!—espetó el repulsivo octogenario. Luego con uno de sus dedos recorrió el rostro, cuello, e inicio de los pechos de la joven.

Daniela se estremeció al sentir la mugrienta y crecida uña de su índice surcándole insolente la piel. Abrió los ojos. El hombre lucía una barba crecida, blanca y grisácea. La piel arrugada y percudida, los ojos sombríos. No evitó que separara la tela de su escote para divisar libidinoso parte de sus senos. Optó por esgrimir una expresión desconcertada e imitando el acento respondió:

--Mi señor. Ha sido incomprensible para mí. Os ruego impidáis que regrese ¡os lo ruego mi señor! ¡Protegedme!—exclamó con fingida angustia y tomando con denotado asco las manos del sacerdote (ahora notaba la distinción  respecto al resto de los monjes) las aproximó a sus labios y las besó.

--Sei [17]que mentís—dijo el religioso con voz cavernosa y acento antiguo. Luego observando hacia donde fugara el nativo:--¡Os vide vusco[18]! Diz que verná por vos. Diz que cacique fera, mas del sepulcro la fortuna fizole fallir[19]--Inmediatamente cerró con brusquedad el escote abierto de Daniela y, escupiendo a su costado, se incorporó y salió raudo en la misma dirección por la que había huido el nativo.

Las palabras casi inextricables proferidas por el sujeto perduraron resonando en el pensamiento de la joven. Extrañamente, al principio le oyó hablar un correcto español castizo, pero ante ella se expresó cual si solo estuviese cavilando en voz alta utilizando un castellano propio del siglo XI, durante la propia conquista de Europa. Aun así Daniela comprendió sus dichos. Estos no hacían más que reafirmar lo que ya se instauraba irrefutable.

El encuentro con la desconocida, su advertencia sobre el joven, la perenne pasión con que Daniela se obstinó en indagar esa fracción de la Historia Universal. Y la conmoción que le causara su encuentro con el enigmático aborigen. La familiaridad envolvente de su voz. Aquel sentido de pertenencia. Otra en su lugar habría perdido la cordura. No obstante Daniela solo ansiaba penetrar aún más hondo en los sucesos.

De pronto, supo que su destino era volver allí. No entendía cómo. Atravesando el tiempo, quizá derrotando la naturaleza de la muerte misma. No. No podría aseverarlo, pero su única certeza era que ella había vivido allí… Seis siglos atrás.






[1] Aymara. Traducción: Alegrar
[2] Aymara. Traducción: Alegrarse
[3] Aymara. Traducción: Alma avisar fortuna
[4] Aymara. Traducción: Venir corriendo
[5] Aymara: Traducción: ¡Volver!
[6] Aymara. Traducción: Volverse a juntar/ Encontrar lo que se ha perdido
[7] Aymara. Traducción: Ayudarse mutuamente
[8] Aymara. Traducción: Amar, amantes enamorados
[9] Aymara. Traducción: Amada…amada
[10] Aymara. Traducción: Venir, venir
[11] Aymara. Traducción: Aliviar el alma
[12] Aymara. Traducción: Aquel asesino
[13] Aymara. Traducción: ¡Asqueroso!
[14] Aymara. Traducción: Ayer aterrorizar, atormentar y quemar alguien
[15] Aymara. Traducción: ¡Volver! Volver amada
[16] Manta de lana cruda y áspera tejida artesanalmente con lana de llama (típico del altiplano)
[17] Castellano antiguo: Se (interpretación)
[18] Castellano antiguo: Lo he visto con vos (Interpretación)
[19] Castellano antiguo: Dice que vendrá por vos. Dice que era cacique, mas del sepulcro la fortuna le hizo escapar/fallar/engañar



Continuará....

Imagen: Diseño y Edición: Marcela Isabel Cayuela


© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)

viernes, 17 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA 

Capítulo 4

INSTANTÁNEA ATEMPORAL 



Lima, centro histórico, atardecer de 2017… 

--¡Disculpe! No ha sido mi intención….Permítame ayudarle…--se excusó Daniela ante la mujer vestida de modo rústico que se llevó por delante, absolutamente  concentrada en la lente de su cámara digital. 

Al principio la dama no respondió, ni siquiera atinó dirigirle la mirada, sosteniéndola fija en el frontispicio del Convento, mientras Daniela recogía el bolso, caído a consecuencia del impacto entre ambas. También devolvió a su interior algunos manuscritos que se proyectaron desde el mismo, esparciéndose por el suelo; no sin notar lo antiguos que éstos se veían. Incluso la caligrafía, la tinta y textura del papel consentían la probabilidad de haber sido escritos quizá  cientos de años atrás. 

Antes de la intempestiva colisión, Daniela había programado su cámara a fin de que realizara secuenciales automáticas durante un par de minutos. Al momento de reclinarse para recoger las pertenencias de la extraña, colocó el dispositivo sobre el piso, sin percatarse de la dirección en la que quedara enfocada la lente y la sucesión de tomas continuó durante el lapso programado. 

--Jak'achaña(1)… Ayquyaña(2)  –dijo la mujer posando su mano sobre el hombro de Daniela que ya se incorporaba. 

Daniela reconoció el aymara pero no se molestó en traducirlo, el ocaso se precipitaba y esa mujer la inquietaba lo suficiente como para ansiar dejarla de  lado. 

--Lo siento, no entiendo, debo continuar—explico esbozando una sonrisa forzada  y algunos ademanes con el objeto de que la mujer comprendiera, luego comenzó a distanciarse. 
                                                          


1 Voz Aymara: Acercarse faltar poco (traducción) 
2 Voz Aymara: Acompañar al enfermo que se queja de dolor (traducción) 



--Llakhi, llakhi(3) lakipayaña (4) irpaka(5) munaña(6) irpasiri(7)— continúo ella elevando la voz y haciendo gestos alusivos respecto de lo que intentaba comunicar a la joven. 

Para Daniela trascendieron claras algunas de sus expresiones, en especial la que hacía referencia al “pedido de mano por piedad al sufrimiento de alguien” Por otro lado, la nativa apuntaba entre frase y frase hacia el Convento que ambas tenían enfrente. Por algún inextricable motivo, estuvo a punto de girar y regresar con la mujer -¿de qué  le estaba hablando?-  
--- ¡Daniela! ¡Dany! ¡Aquí!— interrumpió una voz femenina desde algún sitio en rededor. 

Se trataba de Lizbeth, una de sus compañeras de cuarto en el hotel donde se hospedaba. Muy usual entre estudiantes y turistas, contratar habitaciones compartidas a fin de economizar gastos. A diferencia de Daniela, argentina de nacionalidad; Lizbeth era originaria de Tumbes, un departamento situado en la frontera norte del Perú con Ecuador y, aunque un poco díscola, fue la única persona con la que durante aquellos dos días llegó a establecer un vínculo semejante a la amistad.  

Daniela extendió su brazo a modo de saludo y volteó en dirección a  la extraña  del atuendo rústico, descubriendo que ésta…había desaparecido. Miró hacia todos lados buscándola. A esa hora, ya no transitaba demasiada gente por la calle y le pareció extraño no divisarla alejándose en ningún sector de la periferia. Con una infrecuente sensación estremeciéndole por completo el cuerpo, dispuso con afán revisar lo último que fotografiara. 

--¡Oye Dany! ¡Mira que “chambeas pe”(8)! –dijo Lizbeth ya junto a ella 

--Sabes que no es trabajo Liz, necesito las imágenes para mi tesis—respondió Daniela—Además esto es hermoso, no entiendo como ustedes no lo aprecian. 

--Ya, ya. Es tarde, mejor sigues mañana. 

--Si, tienes razón…Esa mujer me distrajo y perdí un tiempo precioso ¿Viste dónde fue? --¿Mujer? ¿Qué mujer? Llevo más de una hora bebiendo unas chelas(9) con mi paisa(10) sentada en esa banca. Mirábamos tu corredera, ahí, de un lado al otro con tu camarita –dijo Lizbeth imitándola socarrona--y te prometo chola(11) 
                                                          


3 Voz Aymara: Triste, triste (traducción) 
4 Voz Aymara: Apiadarse (traducción) 
5 Voz Aymara: Acto de petición de mano (traducción) 
6 Voz Aymara: Amar (traducción) 
7 Voz Aymara: Amantes (traducción) 
8 Modismo peruano: Trabajas pues (interpretación) 
9 Modismo peruano: Cervezas (interpretación) 
10 Modismo peruano: Coterráneo/ Originarios de un mismo territorio (interpretación) 
11 Modismo peruano: Querida/Compañera/ También puede indicar “esposa” pero se trata de una expresión afectiva (interpretación) 


prosiguió   haciendo la señal de la cruz sobre los labios—que no había nadie contigo.  

En ese instante Daniela llegó a la secuencia final de fotografías. La única toma nítida  mostraba el acceso al Convento, luego continuaba con una sucesión de instantáneas captadas seguramente desde el piso, donde solo se distinguía una forma difusa y oscura. Luego nuevamente la gran entrada y la silueta de una mujer de negro caminando de espaldas y a punto de ingresar por ella. No recordaba haber tomado esa foto, pero sin duda alguna, aquella no era otra que la misteriosa mujer del incidente. 

--¡Ven amiga, ven! Tómate una chela con nosotros. El Willy nos espera—invitó Lizbeth 

Daniela persistía con la vista fija en la imagen de la pantalla. Sintió el jalón insistente con el que Liz pretendía arrastrarla hasta el parquecito y, entonces, vio claramente a la mujer rotando su cabeza hacia ella y lanzándole directo una profunda mirada sombría…. ¡desde el recuadro en la pantalla!    


Continuará… 

© MARCELA ISABEL CAYUELA 
(Derechos Reservados) 

miércoles, 15 de marzo de 2017

INSUSTANCIAL






Desmaya una lágrima suspendida sobre un tiempo de relojes descompuestos.

Mientras la caricia se esfuma entre vahos de recuerdos diluidos.
Aquel compás de espera ha extraviado todas sus corcheas

Y el viento….el viento que se lleva lo que nunca estuvo

¿Acaso fue amor lo que he perdido? O perdí la fe en ese amor que me he mentido.

Solo sé que hoy… por siempre, es un ayer que nunca ha existido.

Nubes sin un cielo, luna sin estrellas, soles eclipsados

Sentimientos que perecen ante la nulidad de los silencios interpuestos

Un océano ficticio de lamentos y palabras sin sustento

Eso fue lo que construimos, lo que somos, lo que jamás habremos sido.

Quimera ilimitada… carente de barreras, ciega de ilusiones verdaderas.

Amor mentido…Mentiras de un eterno amor fingido.



© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)



MÁS  ALLÁ DE LA HISTORIA

Capítulo 3

UN MUNDO PARALELO






El abisal y negro piélago que la había devorado eternizó su clausura sin que Daniela perdiera  consciencia de lo que estaba sucediendo. Sentía el dolor que le causaban los amorfos e indescriptibles espectros revestidos de astillados huesos, halando de sus miembros tumefactos como si pretendiesen desmembrarla. Percibía su propio cuerpo anegado, invadido por el cieno pútrido de aquel fúnebre abismo. El frío y la oscuridad eran tangibles para ella. No, no estaba muerta. Continuaba viva y prisionera de aquel infernal tormento. Nada podía empeorar ni tornarse aún más cruento o espantoso. Incluso consideró que por alguna razón, había sido condenada a subsistir en el averno.

Inmemorial y suspendido el tiempo, le conminó a deponer resistencia abandonándose  a la inercia de aquel inexplicable sin sentido.

Quién podría aseverar cuánto transcurrió desde que se hundiera en la obscena manifestación de lo innominable, dentro de esas malditas catacumbas. Agobiada, simplemente había dejado de importarle; tal vez indolente, conseguiría morir de una vez por todas  y así dar por finalizado con el martirio.

Estuvo a punto de lograrlo, ya que simultáneo a su renuncia, el hostigamiento   declinaba. Creyó dormir por siglos, flotando suspendida en el útero putrefacto de una tierra yerta. Sin embargo, la paz de un final certero y próximo no había llegado para ella. Repentinamente, advirtió que su cuerpo se elevaba veloz hacia la superficie y, emergiendo, el aire golpeó su contextura maltratada, doliente. Sintió una fuerte presión interna en el tórax. Cual un pez fuera del agua, para sobrevivir allí requería volver a respirar y no podía hacerlo; cuando el mareo por falta de oxígeno le quitaba el sentido, supo que perecería. Entonces, estallando impelido  desde el diafragma surgió el espasmo, inmediatamente seguido de un acceso de tos y un violento vómito, expeliendo a chorros una sustancia indefinible, hedionda y negra. Juzgó que de no haber muerto por falta de respiración,  lo haría desaguada; mas no fue así, el aire comenzó a fluir penetrando  sus vías respiratorias, pungente, abrasador.

Daniela reparó que se encontraba no solo fuera de la fosa, sino sobre una dura y álgida superficie semejante a piedra. ¿Un altar?  No podría definirlo. Todo resultaba tan demencial, tan descabellado e inverosímil que ninguna de las ideas que abarrotaban su pensamiento, contaban con asidero vagamente sustentable.

Seguía doliéndole el pecho, la cabeza le explotaba y estaba por completo empapada. No obstante tan brutal era su malestar que le resultaba imposible  mover un solo músculo, limitándose a observar. -Sí, eso ante nada- concluyó. Imperaba determinar tanto su ubicación actual como las posibilidades de enfrentarse a nuevos y desconocidos riesgos que pudieran acecharla en el presente.

Ahora el sitio se hallaba iluminado por antorchas, reemplazando a las farolas que viera previamente. Oía voces confusas, entonadas con una atípica  cadencia, aunque el idioma predominante seguía siendo el español 
--¡Claro! -- El acento que captaba era  castizo antiguo, utilizado por los pocos colonos pertenecientes a la auténtica nobleza, que junto al resto (no tan aristocráticos)  arribaron al continente a partir del siglo XV.  También distinguía lenguas nativas de aquella zona específica,  como el aymara y quechua yauyino, farfullados a distancia y algo más débiles.

Si bien el aymara se instituía hasta el día de hoy, como una de las lenguas oficiales del Perú,  no era usual escucharlo en la capital, mucho menos en el marco de un lugar frecuentado por turistas. Respecto del castellano, Daniela sabía que, como lengua romance, procedía del latín vulgar que hablaban los expedicionarios que conquistaron Europa por el siglo XI y, que a su vez, diera origen a la formación del idioma hablado primeramente en Castilla. En conclusión, los diversos grupos de colonos trajeron consigo un peculiar sonsonete, mezcla de todas aquellas voces y retintines procedentes de las distintas comarcas, regiones o feudos y las características intrínsecas a propio lenguaje en formación.

Parecía inaudito el que la joven analizase tales pormenores acuciada por lo extremo de la situación que se hallaba atravesando. Sin embargo, lo que la practicidad innata de su pensamiento procuraba, era establecer ítems que le otorgaran claridad sobre circunstancias a las que se veía sometida y que de seguro debería afrontar. Información—pensó—La información es lo único que confiere un mayor  poder.

Determinó, no sin una notable cuota de azoramiento, que su actual entorno y, luego de emerger de la  reavivada fosa común, el tiempo había trocado de modo irracional e inconcebible a otro muy diverso. O, en su defecto, se había vuelto loca.

--¡Aahhhhrgggg!

El corte lacerante sobre uno de sus muslos la sorprendió tanto como el sonido de su propia voz gritando. Arqueando la espalda hacia adelante por reflejo, pudo ver a sus pies la silueta umbría de un sujeto encapuchado, vestido con una larga  túnica marrón oscuro. En una de sus manos sostenía una daga, con la que se disponía a zanjar nuevamente la pierna de Daniela. Por un breve instante le pareció distinguir el brillo de sus ojos centellando en su dirección.

--¡No!—gritó de nuevo--¡¿Qué hace?! ¿¡Quién es usted?! ¿Porqué…?—Daniela no pudo terminar la frase.

Otros dos, quizá tres encapuchados más, la sujetaron por los brazos y la espalda, inmovilizándola. En tanto, el suplicio retomaba incierto su curso.


Continuará…

© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)


martes, 7 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA

Capítulo 2

ESCALOFRIANTE REVELACIÓN





Mientras deslizaba nerviosa sus manos por el piso, el polvo depositado en el mismo empezó a volatilizarse elevándose hasta alcanzarle el rostro, entonces percibió el ardor que éste le provocaba al hacer contacto con su piel.


--Ummmmm, si, esto es cal—dijo por lo bajo.


La acústica de su voz reverberando en el ambiente le proporcionó una estimación tentativa sobre la estructura edilicia del recinto en el que se encontraba, inmersa bajo una densa oscuridad.


Arrastrándose de rodillas y sin dirección precisa, a pocos metros halló la mochila, Casi sin aire y con el corazón latiendo aceleradamente abrió la cremallera y, tanteando el interior, dio con la maldita linterna. Antes de encenderla se replegó contra uno de los muros encogiendo las piernas en actitud defensiva.


Tragó saliva, aun cuando prácticamente tenía la garganta reseca. Parpadeó varias veces y oprimió el botón de encendido. Ante sus ojos, un elevado muro se le presentó tan próximo que sufrió una crisis claustrofóbica. Durante unos minutos pataleó movilizándose hacia cualquier lado instintivamente, procurando alejarse de la pared que se izaba frente a ella. Pero el despropósito de su movimiento solo convirtió el aire en irrespirable. El polvo se le metía en los ojos, candente y abrasivo. Intentó tranquilizarse.

Tornó a centrar su atención en el haz de luz y recorrió el entorno. Numerosos pasillos con altas entradas en forma de arco se bifurcaban en todas direcciones. Si, ya no le cabían dudas, de algún modo había ingresado a las catacumbas de Lima. ¿Pero cómo era esto posible?- pensó azorada.


Iluminó su reloj pulsera a fin de verificar la hora, necesitaba datos específicos que la conectasen con una realidad factible, pero el mismo mostraba haberse detenido a las 03:00 hs.


--¡¿Qué?!—exclamó –¿Las tres de la madrugada? ¡Es imposible!


Sus remembranzas databan del atardecer, en el exterior de la Basílica y Convento. No tenía en mente haber siquiera entrado al edificio, mucho menos, introducirse fuera del horario permitido a la red subterránea. Jamás le hubiesen autorizado el recorrido sin la compañía de un guía acreditado. Las posibilidades de extraviarse allí eran descomunales.


Resultaba inútil conjeturar sobre ello. Urgía asumir prioridades y la principal de todas sin lugar a dudas, era salir de allí. ¿Pero cómo?


Notó que se hallaba en una especie de socavón dentro de uno de los corredores más estrechos. Si avanzaba un corto tramo alcanzaría los pasadizos centrales que lucían ostensiblemente más amplios. Por otro lado advirtió que desde sus muros pendían farolas, indicando que se trataba de aquellos que usualmente formaban parte del itinerario turístico. Reflexionando en tal detalle, le restaban dos alternativas: seguir el recorrido de las farolas hasta quien sabe dónde; o bien permanecer allí mismo y aguardar que el personal diurno del Museo arribara junto alguna nueva troupe de turistas.


Titubeando, continuó desplazándose por el recinto, muy lentamente y escudriñando como podía los detalles a su alrededor. De pronto se vio situada al borde de un área circular, bastante extensa. De pie allí, percibió que la temperatura descendía varios grados en forma abrupta, su linterna comenzó a parpadear cual si estuviese a punto de apagarse. Inquieta, la golpeó repetidas veces contra la palma de su mano, pero fue inútil, la intensidad de la luz decrecía tornándose amarillenta.


Aun así, prosiguió hasta tropezar con un conjunto de formas indefinidas y, trastabillando, se desplomó de bruces sobre las mismas. Palpándolas advirtió sus redondeces, especulando que clase de piedras presentarían cualidades y dimensiones tan uniformes. De pronto se sintió mareada, tal vez se había golpeado la cabeza, no estaba segura pero la obnubilación no le permitió incorporarse. Mientras, un desagradable e intenso vaho nauseabundo a descomposición añeja penetraba sus pulmones, apoderándose de sus sentidos.


Daniela perdió el conocimiento. Solo reaccionó a causa de la vibración que conmovía cada resquicio dentro del hábitat, en tanto apreciaba como las extrañas piedras sobre las que yacía se deslizaban cual si flotaran sobre arenas movedizas, abriendo una brecha que amenazaba con devorarla hacia desconocidas profundidades. Hizo un nuevo esfuerzo por levantarse, pero nada en lo que se apoyara mantenía su firmeza, deslizándose y volviendo a derrumbarla sobre el mismo sitio. Poco a poco comenzó a distinguir sonidos, símil a un coro de voces, clamando susurrante desde aquella misma ciénaga vivificada, de la que luchaba por huir con desespero.


Su linterna, caída a pocos metros de distancia, se encendió repentina ofreciéndole una panorámica del lúgubre tapiz sobre el que se debatía infructuosa. Eran las calaveras de miles de esqueletos sepultados en lo que seguramente constituía una de las innumerables fosas comunes diseminadas a través de toda la extensión de las catacumbas.


Fue lo último que alcanzó a ver antes de que brazos descarnados la sujetaran por el tórax sumergiéndola en aquella viscosidad de muerte palpitante. Daniela contuvo la respiración todo lo que pudo, hasta que el líquido viscoso y sepulcral prorrumpió inundándole la boca y ahogándola.


Continuará…


© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)



lunes, 6 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA

Capítulo 1


INSÓLITA TRASLACIÓN



 Lima, Perú, año 2017...


¿Dónde estoy?- fue lo primero en preguntarse cuando recobró el sentido.

El sitio era oscuro y húmedo, el aire se percibía denso, escaso de oxígeno y con un penetrante olor a… ¿cal?


--¡¿Cómo carajos llegué aquí?!—fue su segunda pregunta, solo que esta vez proferida en voz alta.


Tanteó alrededor notándose circundada por muros rugosos, en apariencia construidos con ladrillo antiguo y sentada sobre un suelo cubierto de tierra suelta, mezclada con una sustancia de textura diferente que no pudo distinguir.

Lo último que recordaba era su caminata a través del  Centro Histórico de Lima. Justo frente a la Basílica de San Francisco de Asís, que junto al Convento y Museo homónimo,  se imponían monumentales en las proximidades del Santuario Nuestra Señora de la Soledad y la Iglesia del Milagro.

Daniela tomaba fotografías de aquel rincón artísticamente maravilloso, acogedor y pleno de historia. Había llegado a Lima apenas dos días atrás, como turista y por su cuenta. Odiaba los tours. Apreciaba en demasía su criterio de vagabunda solitaria, siguiendo el propio instinto y en silencio; sin verse obligada a escuchar  el perenne y monocorde parlotear de esos fastidiosos guías de turismo.

Memoró el atardecer bañando con su luminiscencia la majestuosidad arquitectónica de aquellos edificios y el hecho de que ella consideró que no tendría una mejor ocasión de captar  tamaña belleza en imágenes. Evocando las últimas fotografías, le vino a la mente haber tomado la entrada al Convento; en cuyo interior, se situaban las renombradas catacumbas (llamadas de este modo  debido a su semejanza con las romanas) Se trataba de una serie de pasajes subterráneos, donde en la antigüedad, sepultaron a más de 25.000 habitantes de la capital. Como así también a las víctimas de la peste negra, viruela, lepra y rabia, enfermedades que los colonos trajeron a partir del siglo XV, en sus idas y venidas desde el viejo continente. Incrementando, a causa del contagio, la tasa de mortandad en todo el Virreinato del Perú.  

Por ese entonces, desfasada la capacidad de los cementerios, la población dejaba a sus muertos en las Iglesias, distribuidas casi en cada esquina de la ciudad. No obstante, llegó el momento en que incluso éstas, no dieron abasto para albergar tan próvida cantidad de cadáveres, resolviéndose  ampliar la red de túneles. Estos se extendían básicamente, desde un extremo de la Catedral de Lima, pasando al norte por la Basílica y Convento de San Francisco hasta expandirse por el sur de la ciudad, hacia el Convento de Santo Domingo.

Daniela era una apasionada estudiante de Historia, a punto de culminar su tesis de post grado, basada precisamente en la época pre y pos colombina de  Sudamérica. Había dejado Perú como destino final de su recorrido por el continente considerando que en ningún otro sitio como en este país, fragmentos de historia aun emergían sorprendentes e ignorados por sus habitantes a la vuelta de cada esquina; despertando el misticismo de lo inasequible en  quienes como ella, supiesen apreciarlo. Sin embargo y, aunque estaba dentro de sus planes, no esperaba ingresar al recinto subterráneo aquella tarde. Debido a lo avanzado del horario, decidió posponerlo para el siguiente día, aprovechando las últimas horas del ocaso en recopilar suficientes imágenes de la zona.

………….


--¡Mierda!—excalmó Daniela manoteando en busca de su mochila.


Pretendía encontrar en ella, una linterna de mano que siempre llevaba consigo. Comenzaba a sospechar que por inverosímil que pareciese…se hallaba en el interior de las famosas catacumbas.



Continuará….




© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)