Mi mejor regalo de cumpleaños.....Les comparto este texto de mi hermana, amiga y compañera de vida y sueños Dayana Rosas
Letras al Amanecer: MI GRAN GUERRERA: MI GRAN GUERRERA Por toda una semana me escondí, sin reservas, sin decir una palabra. Permanecí quieta, distante, en silencio. N...
viernes, 29 de abril de 2016
jueves, 28 de abril de 2016
INERCIA
Sofía no duerme, no
siente frío, tampoco miedo. El sueño se le escapa tan solo porque si, como si
nada; cada noche, atravesando madrugadas.
Cobijando una lágrima
furtiva, acaricia el desvelo mientras se acurruca sobre la dureza de su lecho
de arena.
No le queda de otra a
Sofía. La impiadosa dama de hierro y fuego le robó desde hace tiempo la
esperanza, la sonrisa… Como si fuera lo único que perdió Sofía
Casi no recuerda
calideces ni caricias, techos o alegrías. Los tiempos fueron violentos con
Sofía.
Hoy transita escombros,
polvo y ausencias que quedaron en su vida. No le resta nada, ni
siquiera remembranzas de alguna despedida. En su pensamiento solo habita el
sesgo cruento de una desolación más cruel que sempiterna.
Tiene poquitos años la
Sofía, y una derrota anciana que no pedía.
Con el cabello de color
indefinido, entre hermoso y decorado con cenizas, ella observa el tiempo a
través de su mirada húmeda de hastío. El hambre le ha robado abrigo a sus
huesitos. Y la incongruencia humana, toda la inocencia de su infancia breve.
Se ha quedado sola la
Sofía.
Quien sabe cuándo,
quien sabe porque o de qué manera. Ante la infamia del presente los
interrogantes pierden el sentido, tanto así como las palabras frente a su duelo.
¿Qué podríamos decirle
a la Sofía?
La muerte fue su niñera
desde el día en que comenzó esa guerra. Ella le ha enseñado todo lo que cabe en
su cortita experiencia. Única compañera, la que no ceja, no desiste, no
perdona.
Ya no llora la Sofía.
Tanto ha perdido que
olvidó las razones para hacerlo. Con el pasado huyeron juntos los momentos y el
antagonismo de la pena. Piedad incomprensible del universo que hoy la alberga.
Así amanece en la noche
de su existencia etérea. Con la vista fija en el horizonte colmado de humo y
distancia, Sofía se yergue sobre su escasa fuerza e impelida por un instinto
que día a día mengua…sobrevive.
Por inercia
Y se va, diluyéndose
entre dolor, sangre y sin razones, Sofía…otra hija de la guerra.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Abril 2016 –Argentina
(Derechos Reservados)
miércoles, 20 de abril de 2016
EL HOYO
Llevaba horas dentro de aquel
profundo y húmedo agujero. No logró verlo y se precipitó dentro, mientras huía
aterrorizada de aquel infame que en la tarde violentó la paz de su morada.
Evidentemente, él tampoco ya que tras buscarla intensamente desistió
marchándose quien sabe dónde. Tan anónimo como había llegado. Ahora tenía frío,
miedo y sollozaba.
Nunca destacó por ser creyente,
más lo extremo de la situación ameritaba este último recurso: Dios.
Y ante El rogó. Imploró por su
rescate. En silencio y también a gritos. Entonces divisó esa luz allá en la
cima. “La divinidad respondía” pensó algo sarcástica al cabo que estiraba el brazo hacía la silueta que asomaba
auxiliándola. Se aferró a ella y sintió que se elevaba. Cerró los ojos y una
vez arriba, esta la envolvió en su manto.
--Dios existe –murmuró aliviada
--Por supuesto que si –respondió la
parca…mientras la abrazaba.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Abril 2016 – Argentina
(Derechos Reservados)
domingo, 17 de abril de 2016
EL VERDADERO MUNDO DE ESTHER
Esther vivía como había nacido. Cansada. Sus días crepitaban
rutinas y silencios hasta el ocaso y desde la misma alborada.
¡Quiero estar sola! ―gritó en silencio.
Tras sus gastadas gafas de plástico barato, solo un fiero destello fue consecuente con la insonoridad de su reclamo. A su alrededor todo se veía viejo, restaurado a fuerza de pintura al aceite y mucha cinta de embalaje.
Ella sabía mejor que nadie lo que significaba “vivir de segunda”. Fue una mujer un día hermosa, hoy ya entrada en años, los que por cierto, le sentaban tan mal como los múltiples oficios que le arrugaron el alma remendada.
Sentada bajo la luz amarillenta de una desnuda bombilla que colgaba inerte desde un cable color viento y lluvia, adornando de pobreza el ladrillo pelado que rodeaba su pequeño patio, Esther escribía como siempre unas palabras. Quería ser poeta. Necesitaba que alguien la escuchara.
¡Fuera! ―gritó de nuevo, pero esta vez fuerte y claro, a las dos perras de la casa que insistían en rondarla.
Miró entonces por sobre la montura de sus lentes hacia el interior de la casucha que habitaba. Deprimente, pensó. Un silencio abismal vagaba alrededor de dos de los seis que junto a ella la moraban, apiñados cual sardinas en su lata. Pero Esther encegueció sus sentidos, intentando abstraerse de aquella mísera realidad que la rodeaba insobornable.
Escuchó un violín lanzando a la noche sus notas desgarradas, hiriendo con el filo del sonido el negro techo de un firmamento tan insomne como su madurez temprana.
Hubiese querido llorar. Llorar a gritos reclamando paz y vida para su alma vapuleada. Mas con profunda resignación, fingió ausentarse tras el tardío ostracismo al que, para sentir, se había condenado.
Mamá… ―llegó temeroso el susurro desde la juvenil silueta cubierta por las sombras, justo a su costado.
Esther reaccionó…. Más de lo que hubiera querido. El sutil temblor de aquella voz tan conocida para ella solo trajo a su memoria el recuerdo de sus propios miedos. Esos que había decidido no enfrentar.
Entonces lo supo. Sintió que más que temida o respetada, era incluso despreciada.
Aquel, su empeño en existir entre sueños y palabras, había levantado infranqueables murallas que ahora la encerraban, aislándola.
¿Si? ―contestó Esther, con la voz agobiada de respuestas.
Nada…―respondió su hija, bajando la cabeza y fundiéndose con sus pensamientos camino de vuelta hacia la nada.
No existen letras que puedan plasmar el dolor de ver quebrarse desgajados los lazos de un amor que se enfrenta a los silencios entre dos seres que perciben la vida desde miradas diferentes.
La puerta que daba al patio se cerró suavemente tras la joven, quien se aleja de la distancia que hoy es su madre, dejando a Esther muy sola. Esta vez sí. Completamente sola. Con las manos yertas sobre los retazos de su propia historia. Esa, esa que nunca llegará a ser publicada.
Y duele… Apuñala… Vibra un llanto añejo y conocido, forjando el sempiterno nudo en su garganta.
Sola.
El fracaso que ronda y apuñala. Esther no habla. Ya no tiene con quien y tampoco le quedan ganas. De pronto, impiadosa la lluvia, se descuelga antes que sus lágrimas. Golpeando su rostro, recorriéndole la espalda. Pero Esther no se mueve. No se estremece a su contacto. Tal parece… que no ha sentido nada.
Sobre el óxido color ocre de una vieja mesa de taller, frente a la que está sentada, se humedecen, desdibujándose, las palabras. Y las llamas de un sueño…que se apagan.
¡Quiero estar sola! ―gritó en silencio.
Tras sus gastadas gafas de plástico barato, solo un fiero destello fue consecuente con la insonoridad de su reclamo. A su alrededor todo se veía viejo, restaurado a fuerza de pintura al aceite y mucha cinta de embalaje.
Ella sabía mejor que nadie lo que significaba “vivir de segunda”. Fue una mujer un día hermosa, hoy ya entrada en años, los que por cierto, le sentaban tan mal como los múltiples oficios que le arrugaron el alma remendada.
Sentada bajo la luz amarillenta de una desnuda bombilla que colgaba inerte desde un cable color viento y lluvia, adornando de pobreza el ladrillo pelado que rodeaba su pequeño patio, Esther escribía como siempre unas palabras. Quería ser poeta. Necesitaba que alguien la escuchara.
¡Fuera! ―gritó de nuevo, pero esta vez fuerte y claro, a las dos perras de la casa que insistían en rondarla.
Miró entonces por sobre la montura de sus lentes hacia el interior de la casucha que habitaba. Deprimente, pensó. Un silencio abismal vagaba alrededor de dos de los seis que junto a ella la moraban, apiñados cual sardinas en su lata. Pero Esther encegueció sus sentidos, intentando abstraerse de aquella mísera realidad que la rodeaba insobornable.
Escuchó un violín lanzando a la noche sus notas desgarradas, hiriendo con el filo del sonido el negro techo de un firmamento tan insomne como su madurez temprana.
Hubiese querido llorar. Llorar a gritos reclamando paz y vida para su alma vapuleada. Mas con profunda resignación, fingió ausentarse tras el tardío ostracismo al que, para sentir, se había condenado.
Mamá… ―llegó temeroso el susurro desde la juvenil silueta cubierta por las sombras, justo a su costado.
Esther reaccionó…. Más de lo que hubiera querido. El sutil temblor de aquella voz tan conocida para ella solo trajo a su memoria el recuerdo de sus propios miedos. Esos que había decidido no enfrentar.
Entonces lo supo. Sintió que más que temida o respetada, era incluso despreciada.
Aquel, su empeño en existir entre sueños y palabras, había levantado infranqueables murallas que ahora la encerraban, aislándola.
¿Si? ―contestó Esther, con la voz agobiada de respuestas.
Nada…―respondió su hija, bajando la cabeza y fundiéndose con sus pensamientos camino de vuelta hacia la nada.
No existen letras que puedan plasmar el dolor de ver quebrarse desgajados los lazos de un amor que se enfrenta a los silencios entre dos seres que perciben la vida desde miradas diferentes.
La puerta que daba al patio se cerró suavemente tras la joven, quien se aleja de la distancia que hoy es su madre, dejando a Esther muy sola. Esta vez sí. Completamente sola. Con las manos yertas sobre los retazos de su propia historia. Esa, esa que nunca llegará a ser publicada.
Y duele… Apuñala… Vibra un llanto añejo y conocido, forjando el sempiterno nudo en su garganta.
Sola.
El fracaso que ronda y apuñala. Esther no habla. Ya no tiene con quien y tampoco le quedan ganas. De pronto, impiadosa la lluvia, se descuelga antes que sus lágrimas. Golpeando su rostro, recorriéndole la espalda. Pero Esther no se mueve. No se estremece a su contacto. Tal parece… que no ha sentido nada.
Sobre el óxido color ocre de una vieja mesa de taller, frente a la que está sentada, se humedecen, desdibujándose, las palabras. Y las llamas de un sueño…que se apagan.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Marzo 2016 – Argentina
(Derechos Reservados)
CRISIS Parte III: INSTRUCCIONES PARA DECIR ADIOS
(Parafraseando a mi colega Daniel Castillo y sus “Instrucciones…..”)
-¡Mierda!-
Grite usted bajo o altisonante, como le plazca
Luego tómese
un momento para componerse el cabello y ajuste el cinturón (corbata, botón de
la camisa, lo que tenga a mano y puesto, no sea que este de manoseo con un
desconocido)
Una vez
cumplido este primer paso, pregúntese:
--¿Y
ahora qué hago?-
No espere
respuesta, no sea estúpido. ¿Acaso no ve que está hablando solo?
Mire por
sobre el hombro buscando una víctima adecuada para el arrebato que le sube a la
garganta. (Puede ser un objeto en caso de soledad física y tenga mucho cuidado
con que dicha ausencia tenga algo que ver con la pantalla del ordenador eh?
Agarrársela con el maldito aparato, le aseguro…lo dejará de veras sin la
oportunidad de seguir peleando) Coja al individuo/cosa con extrema precaución…y
hágalo mierda contra lo que tenga al frente (o debajo).
Suspire,
saque todo el aire viciado en sinrazones de su pecho. Y prosiga con el
siguiente paso.
Este es
más fácil. Creo…
Enarbolando
por el frente toda su frustración…Échele la culpa al otro (no falla eso) y haga
oídos sordos al sonidito de esa voz diciéndole pavadas. No le crea. Al fin que
solo es su pensamiento ¡tarado!
Paso
tres: Considere seriamente la certera
posibilidad de que estuvo discrepando con un sordo (el otro, no usted) y que ya
no está para esos trotes.
Finalmente
haga lo que hacen todos. (En caso de no tener “metal” en el reproductor o
wiskey en la cocina) simplemente, mandese a mudar al soberano joraca, dando un
estrepitoso, contundente e indefectible portazo en la trompa del pasado y siga
con su vida que esa sí que es una sola.
De todos
modos si no era hoy…la huesuda los iba a separar en algún momento.
P/D: ¡Ah!
Y no sea cochino!! Antes de tomarse el palo dígnese a recoger el desparramo que
dejo en el suelo (Mire que tiene que volver… ¿o no es su casa?)
FIN
SANSEACABO
A OTRA
COSA MARIPOSA
Nota : Si
todo esto no funciona, sírvase consultar el instructivo sobre “Como cometer un
homicidio totalmente justificado” Ups! Esperen que ese todavía no lo escribí
MARCELA
ISABEL CAYUELA
(Reflexiones
trasnochadas-al atardecer)
sábado, 16 de abril de 2016
MI MEJOR AMIGO
--¡Locaaaaaa! – Me gritaste aquella noche
Y me quede en ese instante suspendida con el tiempo, viéndote reír desde la ventanilla del Renault 12 negro en el que tantas veces compartimos trabajo y aventuras.
Y ahora ya no estas…
La noche escondía tu silueta gruesa y el humo del cigarrillo subiendo al infinito de una noche todavía intensa. Yo, de pie al borde de la carretera, disfrazada de atorranta, fingiendo lo que no era solo para cumplir con nuestra meta de tres noches a la semana en el trabajo. Éramos “barredores”. Esos que facilitan el camino de los compradores que se excedieron en las compras para el comercio. Escondiéndose de la Aduana, de Gendarmería o de la misma Policía. Para nada delincuentes, solo gente laburante intentando abaratar costos escatimando unos pocos impuestos ¡Jajaja! Parece demencial, incluso delictivo. Pero no, vos y yo sabíamos que no estábamos convencidos que a nuestro modo impartíamos un poco de justicia y nos divertía ganarles la faena a esos oficiales del gobierno.
Vos con tus 25 y yo mis 40 y pico. Mejores amigos. Unidos hasta lo más profundo, compartiendo momentos familia, amigos. Travesuras y descalabros.
Fui feliz entonces…Y lo sabes.
Reíamos, vivíamos, llorábamos. Siempre hermanos. Nos conocimos en el predio de una abarrotada terminal del norte, donde yo luchaba por sobrevivir trabajando como “monteadora” para toda esa gente que vos y tu madre coordinaban en los famosos tours de compras. Simpatizamos, te gustaba mi osadía y a mi tu espontanea franqueza, esa luz que parecía acompañarte a todos lados. Tan alto, tan fuerte…tan joven. Tan breve tu existencia frente a mis años transcurridos. Nos hicimos amigos, necesitabas de mi “sapiencia” sobre esos caminos del norte argentino. Y te la brindé con ganas, al principio por pura amistad, luego más seriamente transformándolo en trabajo.
Poco a poco, fui metiéndome en tu vida, en tu familia y tú en la mía. ¡Cómo me hacías renegar! Con esas, tus escapadas de la “mamá Juana”. Cuantas veces tuve que ir a buscarte a la frontera, trayéndote a rastras, con tu metro ochenta y siete, para meterte al colectivo, totalmente ebrio y antes de que tu vieja diera la orden de partida, dejándote varado en esa ciudad limítrofe donde nos conocimos. A 600 km de esta que ahora es la mía. Donde llegué por ti, porque me necesitabas, porque de pronto la maldita vida se empecinó en abandonarte sin piedad y sin perdones.
Y me quede en ese instante suspendida con el tiempo, viéndote reír desde la ventanilla del Renault 12 negro en el que tantas veces compartimos trabajo y aventuras.
Y ahora ya no estas…
La noche escondía tu silueta gruesa y el humo del cigarrillo subiendo al infinito de una noche todavía intensa. Yo, de pie al borde de la carretera, disfrazada de atorranta, fingiendo lo que no era solo para cumplir con nuestra meta de tres noches a la semana en el trabajo. Éramos “barredores”. Esos que facilitan el camino de los compradores que se excedieron en las compras para el comercio. Escondiéndose de la Aduana, de Gendarmería o de la misma Policía. Para nada delincuentes, solo gente laburante intentando abaratar costos escatimando unos pocos impuestos ¡Jajaja! Parece demencial, incluso delictivo. Pero no, vos y yo sabíamos que no estábamos convencidos que a nuestro modo impartíamos un poco de justicia y nos divertía ganarles la faena a esos oficiales del gobierno.
Vos con tus 25 y yo mis 40 y pico. Mejores amigos. Unidos hasta lo más profundo, compartiendo momentos familia, amigos. Travesuras y descalabros.
Fui feliz entonces…Y lo sabes.
Reíamos, vivíamos, llorábamos. Siempre hermanos. Nos conocimos en el predio de una abarrotada terminal del norte, donde yo luchaba por sobrevivir trabajando como “monteadora” para toda esa gente que vos y tu madre coordinaban en los famosos tours de compras. Simpatizamos, te gustaba mi osadía y a mi tu espontanea franqueza, esa luz que parecía acompañarte a todos lados. Tan alto, tan fuerte…tan joven. Tan breve tu existencia frente a mis años transcurridos. Nos hicimos amigos, necesitabas de mi “sapiencia” sobre esos caminos del norte argentino. Y te la brindé con ganas, al principio por pura amistad, luego más seriamente transformándolo en trabajo.
Poco a poco, fui metiéndome en tu vida, en tu familia y tú en la mía. ¡Cómo me hacías renegar! Con esas, tus escapadas de la “mamá Juana”. Cuantas veces tuve que ir a buscarte a la frontera, trayéndote a rastras, con tu metro ochenta y siete, para meterte al colectivo, totalmente ebrio y antes de que tu vieja diera la orden de partida, dejándote varado en esa ciudad limítrofe donde nos conocimos. A 600 km de esta que ahora es la mía. Donde llegué por ti, porque me necesitabas, porque de pronto la maldita vida se empecinó en abandonarte sin piedad y sin perdones.
Enfrentamos tantas cosas juntas, existimos cuántas vidas
pudimos encerrar en el destino. De la mano de los nuestros, pero esencialmente
de las propias, entrelazadas con la fuerza de un sentimiento casto y sublime.
--¡Cuánto cobrás!—Resuena jocosa, nuevamente tu voz en el
recuerdo.
Y yo que te puteaba…
“El Melli”…mi mejor amigo. Por siempre y para siempre.
Una lágrima se desliza candente abrasándome por dentro
mientras escribo este fragmento de nuestra historia.
Accidentes, muertes, carreras y peleas. Atrapamos la vida en un instante que se cayó del tiempo…como si fuera eterno. Cuatro años, grabados a fuego y firmados con tu ausencia que se coló en mi vida sin aviso previo.
Accidentes, muertes, carreras y peleas. Atrapamos la vida en un instante que se cayó del tiempo…como si fuera eterno. Cuatro años, grabados a fuego y firmados con tu ausencia que se coló en mi vida sin aviso previo.
Siempre pensé que me iría yo primero. Sabíamos sobre la dureza
y los riesgos de vivir transitando rutas. Y sin embargo eso era lo que hacíamos,
nuestra rutina transcurría en esos asientos alquilados dentro de un coche de
60, lleno de gente común, mercadería con olor a nuevo, voces estridentes y el
sonido de la cinta de embalaje rompiendo la penumbra de los pasillos estrechos. Siempre ansiosos,
alertas y escapando. ¡Jajaja!, sigue sonando a crimen, pero no. Parecía casi un
juego, donde nos sentíamos espías,
dementes, audaces, sorteando leyes indiferentes a la realidad de aquellas
existencias simples y a la vez complejas. Viajando por las noches, con frío,
con lluvia, vigilando, turnándonos para dormir. Trepándonos al coche en marcha
desde la oscuridad donde oteábamos peligros, para no disminuir la velocidad. O
quedándonos simplemente inconscientes de cansancio, uno sobre el hombro del otro.
Nos creían “amantes” ¡Que puta locura!...Que puta locura tu muerte.
Y entonces enfermaste. Sentada contigo a la mesa de un bar en la
frontera boliviana, supe que te me estabas yendo. Porque lo sabía…aun en la negación,
ya lo intuía.
“La mamá Juana” nuestra “mamá Juana”. Esa, la que te trajo al
mundo junto a tu gemelo oscuro y loco no hacía el suficiente tiempo, también
era mi amiga. Mujer sufrida y dura “La Juana”. Alguien que supo escaparle el
bulto a la parca durante un viaje donde varios cayeron muertos sobre la cinta azul
grisácea de la ruta. Y tuvo miedo. No lograba seguir montada sobre esos caballos
de hierro con tantas ruedas, después de haber tocado con sus propias manos a la
muerte infame mientras arrebataba la vida de aquel héroe del volante que se
entregó el primero queriendo salvar con ese último gesto, al resto de sus
pasajeros. Poniéndole el pecho a la huesuda que le abrió la panza partiéndolo
en dos; pero firme sobre su asiento y aferrado al volante de aquella bestia
transitando amaneceres. “La Juana” estaba ahí, a su lado, llamándolo, buscando
entre el humo y la neblina, estirando el brazo para alcanzarlo y atrapándole
las tripas. Ese día, ella ocupaba mi lugar en la cabina.
Pude haber sido yo esa mañana que se anunció bañada en sangre.
Casi que no puedo ante el recuerdo….Nuestros compañeros
caídos, yertos. Y una cruz que los recuerda tras los matorrales al costado de
la ruta, llegando a la ciudad de Orán.
En el km 24 sobre el trópico de Capricornio.
Y todo comenzó a nacer y también a derrumbarse.
Poco después la necesidad de brazos se hizo fuerte y volví a las carreteras, cubriendo tus ausencias, mientras batallabas tu propia guerra entre chequeos y quimioterapia…Y “La Juana” que con tanto no podía.
Pobre mi “mamá Juana” Cuanto dolor, cuanta pena. Mujer dura
“La Juana”.
Me hice cargo. Agarre a los chicos y sin dudarlo, los arranqué
de su rutina, de su ciudad natal, la seguridad del pueblo y todo lo que por ellos era conocido. Me vine con ellos durante una noche pelada de
estrellas, con lo poco que logre meter en el vehículo abarrotado de mercadería
y lleno de goteras, amontonando sus cuerpecitos para esquivarle al agua que
caía del techo. ¡Qué noche aquella!
Llegue a tu ciudad por la mañana. A comenzar nuevamente de la
nada. Por amor a vos, por no dejarte. Eras mi familia, esa que se elige, no la
que se trae puesta. La que se mide por la intensidad del sentimiento, no por el
dictamen de la sangre.
Y aquí estoy…después de tantos años. Pensando en ti para encontrarte.
Mil cosas sucedieron, decepciones, fallos, traiciones. Paso la
vida, como hace siempre. Pero entonces, vos estabas.
Hoy los chicos crecieron, están casados, en la facultad, o se
mudaron. Cuatro destinos existiendo en su propio curso. Y yo con ellos.
¡Cuánto, cuanto hemos vivido! Hasta a la misma calle fuimos a dar,
cuánto compromiso, cuanta lealtad y cuanta entrega.
Hoy no sé si fue sido justo o acertado para los míos, perseguir los ideales que enarbolé como estandarte. Pero estoy conforme conmigo misma. Porque fui real, porque fui honesta. Porque aquella decisión tomada por afecto duerme conmigo por las noches, meciendo la paz de mi conciencia.
Y sonrío…
Sé que me estás viendo, desde allá…donde quiera que pueda
existir un ángel.
“¡Descremada!”, “¡22”!, “¡Loca!”…”Hermana…” Así me llamabas a los gritos o entre risas… y aun puedo escucharte.
La Juana se nos fue antes, ¿Te acordas? Si, partió testaruda
aferrada de su propia angustia. Pero yo sé muy bien porque. Solo quería ir a
esperarte. Pelearle al “barbudo” por el mejor sitio para recibir a su hijo o
retarlo a duelo para salvarte. Ella nunca se iba a conformar con el dolor de tu
partida. No podría soportarlo. Enfurruñándose en un coma sorpresivo se negó a
despertar. Veinte minutos de silencio y no cedió ante la lucha de los médicos.
Sus razones eran mucho más que importantes.
¡Carajo! Como me sentí de impotente. Como me hacía falta tui
vieja mientras yo trataba de extirparte de ese abrazo férreo y desolado con su
féretro.
Y cayó la bruma anegando nuestros días.
Nadie confrontaba, unía o dispersaba como “La Juana” Si hasta
se fue enojada. Tanto, que me costó tocarla en su último lecho. Tenía miedo a
que repentinamente se levantara y me puteara. Así de simple fuerte y llana era
“La Juana”
Un año después…algo lejos de tu vida y nuestra rutina
compartida, mi viejo celular sonó portador de un mensaje que no alcancé a
escuchar. Los chicos me despertaron y al leerlo, la noche se eternizó en mi
tristeza. ¡Qué perra desgraciada!
Fueron horas grises…monocromo. La nada y una lágrima apenas
soportada. Imágenes dispersas, deshilvanadas. Yo, parada solitaria en una
esquina, a media cuadra de tu casa. Y vos durmiendo. Desprendido al fin del
cáncer y esa lucha despiadada.
No pudiste. Pensé esa noche, mientras te acariciaba el rostro,
las manos, el cabello.
Y vos durmiendo…
Aferrada a tu presencia inerte, te observaba envuelto en velos
dentro de esa caja maldita que sería el claustro final y eterno de tu cuerpo
castigado. Fue entonces, en medio de aquel desgarrador e insondable delirio de
dolor supremo cuando vi deslizarse desde la comisura de tu sonrisa helada y
ausente, un líquido ambarino e intensamente aromático. Pude reconocerlo. Mi
paso por la Facultad de Medicina me hablo claro. Te habías suicidado.
Y callé…
Aún lo hago.
Ellos no saben que escribo, nunca leerán este relato. Y si lo
hacen…no importa. Nosotros estamos claros.
Tampoco soy consciente del porque transmuto esta pena en letras. Tal vez sea tu esencia visitando mis tardes de tristeza en la silueta de un recuerdo que me impele a perpetuarte.
Tampoco soy consciente del porque transmuto esta pena en letras. Tal vez sea tu esencia visitando mis tardes de tristeza en la silueta de un recuerdo que me impele a perpetuarte.
Fue un bello e intenso instante en nuestras vidas. Quizá el
más fuerte y sincero de mi toda mi existencia. Y necesito que sepas…aunque sé que ya lo sabes. Que fuiste mi
mejor amigo y el mejor de mis hermanos.
Salúdame a “La Juana” y a los que me esperan allá dónde fenece
el tiempo. Yo te seguiré pensando y
siento que hoy…como muchos días, tu estas también aquí, al lado mío.
--¡Locaaaaaaaaaa!—Me gritas desde al auto.
Y ríes.
Y sé que nuestro encuentro por la vida, nunca será vano.
P/D: --¡Melli! ¡Espera! ¡No te vayas todavía! Los chicos te
saludan…Y nuestra amistad aun palpita.
Para siempre.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Siempre
(Derechos Reservados)
Siempre
(Derechos Reservados)
martes, 12 de abril de 2016
CUANDO AMANEZCA...
Y voy así…rodando
como puedo en medio de la bruma que persiste en doblegar el despertar de mis
sentidos. El juego maquiavélico de las máscaras se ha empeñado en profanar la
idea perfecta. La meta.
¿Estaré
inmersa yo también en el lúdico suceso?
No estoy
segura, pero creo…si, lo creo.
Danza de
caras y caretas, sorpresas impiadosas, golpes por la espalda y juicios que en
nada se sustentan. ¿Cuándo aprenderemos los humanos a transitar existencias,
desnudos de cotidianos disfraces?
Y aquí
estoy…dialogando con la incongruencia.
¡Corre!
¡Vuela! ¡Grita... ¡. ¡Existe! No te dobles ante el peso de los que a tu espalda
se encadenan. Si has de caer… ¡Pues que sea! Deja de aferrarte al sueño de
aquella idea. Aun de hinojos sobre el ardiente infierno has sabido levantarte…Una
y otra vez, hasta cansarte. Y no es ahora que eso va a cambiar.
--¿Pero por
qué?—Interroga inocente el desconsuelo.
--Pues
porque estás viva—Responden mis recelos.
Y es que
la vida que se vive con la intensidad del último aliento, ofende, lastima,
duele. Ni siquiera se conmueve. Puedes llorar a gritos la injusticia de la
incomprensión por ser quien eres. Más nada habrá cambiado en la mañana. No hay
amor sin culpa ni culpa si de esa hiel no bebes.
Y esta
bruma que me envuelve…
Llora
destellos marchitos de un recuerdo que se muere. Risas montadas en un suspiro
breve. Disolviéndose en agonías impertérritas, desmayando en los rincones de
las propias sombras.
Duele…
Haber
soñado tanto y escuchar la respuesta del vacío. Presencia ausente.
--¿Sabes?
Lo esperaba.- Murmura el desengaño –Nunca ha sido diferente-
--Siempre
es diferente – Insisto ya consciente –Cada día trae un nuevo dolor, un nuevo
desafío y nunca se parecen –
Pues aunque
los sucesos se repitan con infinita cadencia consecuente, siempre te
sorprenden. Porque somos frágiles, porque existimos inocentes. Anhelando una
paz esquiva e indolente.
--Ya no
importa…- Susurran los suspiros.
--Lo sé –
Responde vibrando primigenio el último latido.
Se enerva
mi sangre impelida por esta fuerza naciente de abisales profundidades que nunca
quise navegar, por miedo de perderme. Pero palpita allí…perenne.
Y te digo
adiós. Sigue tu camino, aléjate de mí y por favor…Nunca regreses.
Yo habré
de recordarte, hasta que amanezca en el olvido.
MARCELA
ISABEL CAYUELA
Abril
2016 – Argentina
(Derechos
Reservados)
lunes, 11 de abril de 2016
VERDADES
--¿Dónde
te escondes? – Escucho breve a mi pensamiento
--Tras
del café y el humo de cigarrillo con sabor a mentiras viejas- Respondo en
silencio
--¡Ven
aquí! ¡Deja de ocultarte! – Insiste interpelando
Silencio…
No puedo.
Dejo caer un par de lágrimas mientras muerdo impiadosa la humedad de mis labios
vacíos de palabras.
No quiero
salir…me siento bien aquí, a la sombra de la confianza que un día disfracé de
lealtades compartidas.
Sin embargo
la intrépida verdad nace insurgente a mis designios de negaciones sempiternas.
Imperiosa, desobediente. Asumiendo la silueta majestuosa de un cóndor
gigantesco, que al desplegar sus alas origina penumbras en los rincones más
velados de mi alma.
Insobornable…
--¡Basta!-
Estalla el sonido de mi voz quebrada de impotencia.
--¡jajajajajajajajaajja!
– Se burla el pensamiento – ¡Allí estas pequeña gran cobarde!- ¡No puedes huir
de mí! Yo soy tú, tu esencia, el sonido de tu llanto y la voz en grito de tu
propio ser –
--Déjame
creer…- suplico
--¡No
puedes! ¡No debes!...Y lo sabes-
Si, lo
sé. Lo he sabido siempre. Más el anhelo de una paz estructurada en la defensa
no tuvo solidez suficiente como para enmudecer el aullido de esta realidad que
se empecina en iluminar las sombras que abrigan la quietud de ensueño que
cultivé durante tanto tiempo.
“Mentira…Estoy
viviendo una mentira” Es la voz de mi conciencia dictando el sentimiento
mientras toma posesión del espacio gris
en mi mente estremecida. Indefensa.
No todas
las verdades duelen ni saben a traiciones, pero negar tan solo una nos desnuda
ante la infamia de un enemigo cruel e inesperado, naciendo en sus propias botas
mezquinas de razón y sentimiento.
Caen las
barreras…Ya no lloro.
Termino
mi café y me levanto de entre el tedio desolado de una tarde llena de epifanías
nunca invitadas a compartir la mesa.
No hay
tristeza…Un guerrero no puede lamentarse. Debe seguir luchando.
Es así…es
solo eso, amigos que me escuchan…Es la vida.
Cierro el
libro de historias color de rosa y recogiendo los pedazos de aquel sueño, paso
los dedos por mi cabello en un suspiro…Y sigo mi camino.
Contigo…o
sin ti.
MARCELA
ISABEL CAYUELA
Abril
2016 – Argentina
(Derechos
Reservados)
ANTAGONISMOS
¿Qué sería del valor sin la existencia
de su opuesto?
¿Cómo podríamos negar un sentimiento?
Si nos tomamos la atribución de
escatimar veracidad a las opacidades de la luz, ¿entonces cómo podríamos no
hacerlo de igual manera con el resto?
No existe nada, más allá del
antagonismo que le otorga vida.
Luces y sombras. Miedo y valor.
Alegría y tristeza. Odio y amor.
Intensidades manifiestas en el ser
vivo. Nos rigen, nos complementan. Nos construyen a diario, otorgándonos la
posibilidad de discernir.
Con el propósito de enfrentar los
miedos es preciso conocerlos y para ello…sentirlos.
¿Cómo saber que estamos vivos…si
negamos la última campanada en el reloj del tiempo?
Creer que el miedo carece de fuerza,
presencia. Sería provocar un paradigma antológico con un efecto dominó que
derrumbaría toda creencia, fe o ciencia.
Por qué no intentamos extirpar el miedo de nuestra existencia y
analizar dentro de un marco hipotético todos aquellos sentimientos acciones o
circunstancias que desaparecerían conjuntamente con él, simplemente por la
ausencia ilógica de su contraparte o la base fundamental de su origen.
Yo lo hice y el resultado es….atemorizante.
Entre otras cosas podríamos dejar de escribir. Y sin palabras ¿estaríamos hoy
aquí, debatiendo sobre los miedos?
Tal vez me equivoque…tal vez no. Y eso
también es un antagonismo necesario.
MARCELA ISABEL CAYUELA
(Pensamientos trasnochados)
sábado, 2 de abril de 2016
CUANDO PARTE EL CARRUAJE
“¡Tin!
¡Tin! ¡Tin!” Repican las campanillas del carruaje. Mientras el día agoniza
sostenido en brazos de la tarde.
Igual
que el carruaje…que se marcha leve penetrando las sombras que devoran siluetas
al final del empedrado.
Y
esa lluvia que no cesa y cae. Estremeciendo desnudeces más del alma que de la
carne.
Ella
se aferra a sí misma, con las manos, con el alma, con la solitaria conciencia de
ese dolor que por dentro quiebra, sesga, arde…
Inhumana
presencia de la oscuridad más cruenta, eternizando una espera que no ha hecho
más que comenzar.
Con
la voluntad y el cuerpo de rodillas sobre el áspero y lodoso suelo de esa
calleja, sabe que todo terminó y aun así es el principio. Que los finales se
inquietan ante el advenimiento incierto de la nada que se teme y desconoce. Y
ahora está sola, confrontada al duelo de su vientre, vacío de sentidos, hueco
de esperanza.
Él
se fue, lo ha perdido, se lo arrebató inconmovible el filo de la parca.
Sorpresiva, indolente, profanando la plácida embriaguez de sábanas, color pasión
y aroma a ensueños; apenas dos noches antes. Llegó así, cubierta por penumbras,
silente de perdones. Y con un beso sigiloso cubrió de frío el hechizo de sus
labios. Esos que tanto amaba…los que ahora, cautivos de la muerte, en el coche
fúnebre se marchaban.
--¡Maldita
bestia!—Gritó a la ausencia que nacía, sorbiendo sus propias lágrimas.
Silencios…No
hay respuestas cuando fenecen las palabras
Se
incorpora con la fuerza de las dudas, mil temores la apuñalan. Aterida por el
frío sobrevuela el camino que conduce hacia a su casa. Entra. Alguien está esperándola.
No le importa, se arroja sobre la cama. Y cual consciente de la inercia en los
relojes, cuando el vacío se adueña del espacio que ocuparon las vidas que has
vivido, simplemente se desgrana. Abandonándose al abrazo de la infamia que la estrecha.
--Te
esperaba…--Susurra quedo.
--Y
yo a ti –Responde la hoz atravesándole la espalda.
MARCELA
ISABEL CAYUELA
Abril
2016 –Argentina
(Derechos
Reservados)
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