--¡Locaaaaaa! – Me gritaste aquella noche
Y me quede en ese instante suspendida con el tiempo, viéndote reír desde la ventanilla del Renault 12 negro en el que tantas veces compartimos trabajo y aventuras.
Y ahora ya no estas…
La noche escondía tu silueta gruesa y el humo del cigarrillo subiendo al infinito de una noche todavía intensa. Yo, de pie al borde de la carretera, disfrazada de atorranta, fingiendo lo que no era solo para cumplir con nuestra meta de tres noches a la semana en el trabajo. Éramos “barredores”. Esos que facilitan el camino de los compradores que se excedieron en las compras para el comercio. Escondiéndose de la Aduana, de Gendarmería o de la misma Policía. Para nada delincuentes, solo gente laburante intentando abaratar costos escatimando unos pocos impuestos ¡Jajaja! Parece demencial, incluso delictivo. Pero no, vos y yo sabíamos que no estábamos convencidos que a nuestro modo impartíamos un poco de justicia y nos divertía ganarles la faena a esos oficiales del gobierno.
Vos con tus 25 y yo mis 40 y pico. Mejores amigos. Unidos hasta lo más profundo, compartiendo momentos familia, amigos. Travesuras y descalabros.
Fui feliz entonces…Y lo sabes.
Reíamos, vivíamos, llorábamos. Siempre hermanos. Nos conocimos en el predio de una abarrotada terminal del norte, donde yo luchaba por sobrevivir trabajando como “monteadora” para toda esa gente que vos y tu madre coordinaban en los famosos tours de compras. Simpatizamos, te gustaba mi osadía y a mi tu espontanea franqueza, esa luz que parecía acompañarte a todos lados. Tan alto, tan fuerte…tan joven. Tan breve tu existencia frente a mis años transcurridos. Nos hicimos amigos, necesitabas de mi “sapiencia” sobre esos caminos del norte argentino. Y te la brindé con ganas, al principio por pura amistad, luego más seriamente transformándolo en trabajo.
Poco a poco, fui metiéndome en tu vida, en tu familia y tú en la mía. ¡Cómo me hacías renegar! Con esas, tus escapadas de la “mamá Juana”. Cuantas veces tuve que ir a buscarte a la frontera, trayéndote a rastras, con tu metro ochenta y siete, para meterte al colectivo, totalmente ebrio y antes de que tu vieja diera la orden de partida, dejándote varado en esa ciudad limítrofe donde nos conocimos. A 600 km de esta que ahora es la mía. Donde llegué por ti, porque me necesitabas, porque de pronto la maldita vida se empecinó en abandonarte sin piedad y sin perdones.
Y me quede en ese instante suspendida con el tiempo, viéndote reír desde la ventanilla del Renault 12 negro en el que tantas veces compartimos trabajo y aventuras.
Y ahora ya no estas…
La noche escondía tu silueta gruesa y el humo del cigarrillo subiendo al infinito de una noche todavía intensa. Yo, de pie al borde de la carretera, disfrazada de atorranta, fingiendo lo que no era solo para cumplir con nuestra meta de tres noches a la semana en el trabajo. Éramos “barredores”. Esos que facilitan el camino de los compradores que se excedieron en las compras para el comercio. Escondiéndose de la Aduana, de Gendarmería o de la misma Policía. Para nada delincuentes, solo gente laburante intentando abaratar costos escatimando unos pocos impuestos ¡Jajaja! Parece demencial, incluso delictivo. Pero no, vos y yo sabíamos que no estábamos convencidos que a nuestro modo impartíamos un poco de justicia y nos divertía ganarles la faena a esos oficiales del gobierno.
Vos con tus 25 y yo mis 40 y pico. Mejores amigos. Unidos hasta lo más profundo, compartiendo momentos familia, amigos. Travesuras y descalabros.
Fui feliz entonces…Y lo sabes.
Reíamos, vivíamos, llorábamos. Siempre hermanos. Nos conocimos en el predio de una abarrotada terminal del norte, donde yo luchaba por sobrevivir trabajando como “monteadora” para toda esa gente que vos y tu madre coordinaban en los famosos tours de compras. Simpatizamos, te gustaba mi osadía y a mi tu espontanea franqueza, esa luz que parecía acompañarte a todos lados. Tan alto, tan fuerte…tan joven. Tan breve tu existencia frente a mis años transcurridos. Nos hicimos amigos, necesitabas de mi “sapiencia” sobre esos caminos del norte argentino. Y te la brindé con ganas, al principio por pura amistad, luego más seriamente transformándolo en trabajo.
Poco a poco, fui metiéndome en tu vida, en tu familia y tú en la mía. ¡Cómo me hacías renegar! Con esas, tus escapadas de la “mamá Juana”. Cuantas veces tuve que ir a buscarte a la frontera, trayéndote a rastras, con tu metro ochenta y siete, para meterte al colectivo, totalmente ebrio y antes de que tu vieja diera la orden de partida, dejándote varado en esa ciudad limítrofe donde nos conocimos. A 600 km de esta que ahora es la mía. Donde llegué por ti, porque me necesitabas, porque de pronto la maldita vida se empecinó en abandonarte sin piedad y sin perdones.
Enfrentamos tantas cosas juntas, existimos cuántas vidas
pudimos encerrar en el destino. De la mano de los nuestros, pero esencialmente
de las propias, entrelazadas con la fuerza de un sentimiento casto y sublime.
--¡Cuánto cobrás!—Resuena jocosa, nuevamente tu voz en el
recuerdo.
Y yo que te puteaba…
“El Melli”…mi mejor amigo. Por siempre y para siempre.
Una lágrima se desliza candente abrasándome por dentro
mientras escribo este fragmento de nuestra historia.
Accidentes, muertes, carreras y peleas. Atrapamos la vida en un instante que se cayó del tiempo…como si fuera eterno. Cuatro años, grabados a fuego y firmados con tu ausencia que se coló en mi vida sin aviso previo.
Accidentes, muertes, carreras y peleas. Atrapamos la vida en un instante que se cayó del tiempo…como si fuera eterno. Cuatro años, grabados a fuego y firmados con tu ausencia que se coló en mi vida sin aviso previo.
Siempre pensé que me iría yo primero. Sabíamos sobre la dureza
y los riesgos de vivir transitando rutas. Y sin embargo eso era lo que hacíamos,
nuestra rutina transcurría en esos asientos alquilados dentro de un coche de
60, lleno de gente común, mercadería con olor a nuevo, voces estridentes y el
sonido de la cinta de embalaje rompiendo la penumbra de los pasillos estrechos. Siempre ansiosos,
alertas y escapando. ¡Jajaja!, sigue sonando a crimen, pero no. Parecía casi un
juego, donde nos sentíamos espías,
dementes, audaces, sorteando leyes indiferentes a la realidad de aquellas
existencias simples y a la vez complejas. Viajando por las noches, con frío,
con lluvia, vigilando, turnándonos para dormir. Trepándonos al coche en marcha
desde la oscuridad donde oteábamos peligros, para no disminuir la velocidad. O
quedándonos simplemente inconscientes de cansancio, uno sobre el hombro del otro.
Nos creían “amantes” ¡Que puta locura!...Que puta locura tu muerte.
Y entonces enfermaste. Sentada contigo a la mesa de un bar en la
frontera boliviana, supe que te me estabas yendo. Porque lo sabía…aun en la negación,
ya lo intuía.
“La mamá Juana” nuestra “mamá Juana”. Esa, la que te trajo al
mundo junto a tu gemelo oscuro y loco no hacía el suficiente tiempo, también
era mi amiga. Mujer sufrida y dura “La Juana”. Alguien que supo escaparle el
bulto a la parca durante un viaje donde varios cayeron muertos sobre la cinta azul
grisácea de la ruta. Y tuvo miedo. No lograba seguir montada sobre esos caballos
de hierro con tantas ruedas, después de haber tocado con sus propias manos a la
muerte infame mientras arrebataba la vida de aquel héroe del volante que se
entregó el primero queriendo salvar con ese último gesto, al resto de sus
pasajeros. Poniéndole el pecho a la huesuda que le abrió la panza partiéndolo
en dos; pero firme sobre su asiento y aferrado al volante de aquella bestia
transitando amaneceres. “La Juana” estaba ahí, a su lado, llamándolo, buscando
entre el humo y la neblina, estirando el brazo para alcanzarlo y atrapándole
las tripas. Ese día, ella ocupaba mi lugar en la cabina.
Pude haber sido yo esa mañana que se anunció bañada en sangre.
Casi que no puedo ante el recuerdo….Nuestros compañeros
caídos, yertos. Y una cruz que los recuerda tras los matorrales al costado de
la ruta, llegando a la ciudad de Orán.
En el km 24 sobre el trópico de Capricornio.
Y todo comenzó a nacer y también a derrumbarse.
Poco después la necesidad de brazos se hizo fuerte y volví a las carreteras, cubriendo tus ausencias, mientras batallabas tu propia guerra entre chequeos y quimioterapia…Y “La Juana” que con tanto no podía.
Pobre mi “mamá Juana” Cuanto dolor, cuanta pena. Mujer dura
“La Juana”.
Me hice cargo. Agarre a los chicos y sin dudarlo, los arranqué
de su rutina, de su ciudad natal, la seguridad del pueblo y todo lo que por ellos era conocido. Me vine con ellos durante una noche pelada de
estrellas, con lo poco que logre meter en el vehículo abarrotado de mercadería
y lleno de goteras, amontonando sus cuerpecitos para esquivarle al agua que
caía del techo. ¡Qué noche aquella!
Llegue a tu ciudad por la mañana. A comenzar nuevamente de la
nada. Por amor a vos, por no dejarte. Eras mi familia, esa que se elige, no la
que se trae puesta. La que se mide por la intensidad del sentimiento, no por el
dictamen de la sangre.
Y aquí estoy…después de tantos años. Pensando en ti para encontrarte.
Mil cosas sucedieron, decepciones, fallos, traiciones. Paso la
vida, como hace siempre. Pero entonces, vos estabas.
Hoy los chicos crecieron, están casados, en la facultad, o se
mudaron. Cuatro destinos existiendo en su propio curso. Y yo con ellos.
¡Cuánto, cuanto hemos vivido! Hasta a la misma calle fuimos a dar,
cuánto compromiso, cuanta lealtad y cuanta entrega.
Hoy no sé si fue sido justo o acertado para los míos, perseguir los ideales que enarbolé como estandarte. Pero estoy conforme conmigo misma. Porque fui real, porque fui honesta. Porque aquella decisión tomada por afecto duerme conmigo por las noches, meciendo la paz de mi conciencia.
Y sonrío…
Sé que me estás viendo, desde allá…donde quiera que pueda
existir un ángel.
“¡Descremada!”, “¡22”!, “¡Loca!”…”Hermana…” Así me llamabas a los gritos o entre risas… y aun puedo escucharte.
La Juana se nos fue antes, ¿Te acordas? Si, partió testaruda
aferrada de su propia angustia. Pero yo sé muy bien porque. Solo quería ir a
esperarte. Pelearle al “barbudo” por el mejor sitio para recibir a su hijo o
retarlo a duelo para salvarte. Ella nunca se iba a conformar con el dolor de tu
partida. No podría soportarlo. Enfurruñándose en un coma sorpresivo se negó a
despertar. Veinte minutos de silencio y no cedió ante la lucha de los médicos.
Sus razones eran mucho más que importantes.
¡Carajo! Como me sentí de impotente. Como me hacía falta tui
vieja mientras yo trataba de extirparte de ese abrazo férreo y desolado con su
féretro.
Y cayó la bruma anegando nuestros días.
Nadie confrontaba, unía o dispersaba como “La Juana” Si hasta
se fue enojada. Tanto, que me costó tocarla en su último lecho. Tenía miedo a
que repentinamente se levantara y me puteara. Así de simple fuerte y llana era
“La Juana”
Un año después…algo lejos de tu vida y nuestra rutina
compartida, mi viejo celular sonó portador de un mensaje que no alcancé a
escuchar. Los chicos me despertaron y al leerlo, la noche se eternizó en mi
tristeza. ¡Qué perra desgraciada!
Fueron horas grises…monocromo. La nada y una lágrima apenas
soportada. Imágenes dispersas, deshilvanadas. Yo, parada solitaria en una
esquina, a media cuadra de tu casa. Y vos durmiendo. Desprendido al fin del
cáncer y esa lucha despiadada.
No pudiste. Pensé esa noche, mientras te acariciaba el rostro,
las manos, el cabello.
Y vos durmiendo…
Aferrada a tu presencia inerte, te observaba envuelto en velos
dentro de esa caja maldita que sería el claustro final y eterno de tu cuerpo
castigado. Fue entonces, en medio de aquel desgarrador e insondable delirio de
dolor supremo cuando vi deslizarse desde la comisura de tu sonrisa helada y
ausente, un líquido ambarino e intensamente aromático. Pude reconocerlo. Mi
paso por la Facultad de Medicina me hablo claro. Te habías suicidado.
Y callé…
Aún lo hago.
Ellos no saben que escribo, nunca leerán este relato. Y si lo
hacen…no importa. Nosotros estamos claros.
Tampoco soy consciente del porque transmuto esta pena en letras. Tal vez sea tu esencia visitando mis tardes de tristeza en la silueta de un recuerdo que me impele a perpetuarte.
Tampoco soy consciente del porque transmuto esta pena en letras. Tal vez sea tu esencia visitando mis tardes de tristeza en la silueta de un recuerdo que me impele a perpetuarte.
Fue un bello e intenso instante en nuestras vidas. Quizá el
más fuerte y sincero de mi toda mi existencia. Y necesito que sepas…aunque sé que ya lo sabes. Que fuiste mi
mejor amigo y el mejor de mis hermanos.
Salúdame a “La Juana” y a los que me esperan allá dónde fenece
el tiempo. Yo te seguiré pensando y
siento que hoy…como muchos días, tu estas también aquí, al lado mío.
--¡Locaaaaaaaaaa!—Me gritas desde al auto.
Y ríes.
Y sé que nuestro encuentro por la vida, nunca será vano.
P/D: --¡Melli! ¡Espera! ¡No te vayas todavía! Los chicos te
saludan…Y nuestra amistad aun palpita.
Para siempre.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Siempre
(Derechos Reservados)
Siempre
(Derechos Reservados)
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