martes, 31 de enero de 2017

DENUEDO








Parpadeó para aclarar la vista, estaba 

hecho. 

Con una de sus muñecas intentó  enjugar el 

sudor que goteaba desde su frente. 

Fue inútil, el látex de los guantes 

solo le produjo una sensación estremecedora 

al contacto.


--¡Mierda! –exclamó detrás del barbijo 

cubriéndole la mitad del rostro



Tuvo un principio de claustrofobia luego de 

varias horas de notable esfuerzo  así, 

envuelta en plástico, goma y telas 

impermeabilizadas. Trató de serenarse. Lo 

importante aquí y ahora era su rotundo 

éxito. Había salvado una vida…

finalmente.




Si. Una vida en realidad valiosa. La propia.




Después de 20 años, aquel maníaco 

engendro que reposaba descuartizado en el 

mesón de acero inoxidable, no volvería 

ponerle una mano encima.



© MARCELA ISABEL CAYUELA


EGOISMO 




Habíamos sido infinitamente felices desde el mismo día de nuestra boda. Pero la enfermedad llegó para hospedarse en tu existencia, perseverando en separarnos. Tu risa se apagó conjuntamente al brillo de esos ojos que tanto amaba. Yo no estaba listo para perderte mas tú, indeclinable, estipulaste que no se realizara ningún procedimiento de resucitación al momento de tu muerte.

Y el funesto día llegó, envuelto en su negro atuendo para clavar la hoz sobre tu pecho y arrebatarte el último aliento. Me miraste con dulzura y dijiste “adiós”

--¡No!—grite desesperado. Pero ya no me escuchabas. Te habías ido

Por segundos que parecieron eternos me debatí en la diatriba de respetar tu voluntad o el rotundo dolor que me causaba tu definitiva ausencia. Entonces, impelido por la humanidad de mi egoísmo, corrí por el cuarto, busque lo necesario, tomé tu brazo y te cambié las baterías.

Imagen: Cortesía de Ana María Walter



© MARCELA ISABEL CAYUELA


domingo, 22 de enero de 2017

LA BÚSQUEDA


He buscado mi hogar ideal toda la vida. Transité todos y cada uno de los caminos que podrían conducirme hacia su encuentro. Los años transcurrieron  ignorando el humano afán por detener el tiempo y mi espalda se curvó bajo el peso de hondas decepciones y un extenso compilado de experiencias. Pero sigo sin hallar mi hogar. Ahora permanezco inmóvil, mustia y abatida…sintiéndome cansada. Incluso la esperanza cavó una fosa en el sótano del alma para huir de mi tristeza y alcanzar la dicha de volver a ver de una ilusión el resplandor. 

¿Habré de perecer sin descubrir mi hogar? ¿Dónde está que no logré encontrarlo?

Aquel fue mi último pensamiento aquella noche. El manto de la sombra que el aliento hurta, cubrió piadoso el quebranto de una espera que no cesa, llevándome consigo. Cuando abrí los ojos no había cielo, tampoco infierno. Frente a mí se alzaba misteriosa y fascinante, la última morada… el hogar que yo anhelaba.




© MARCELA ISABEL CAYUELA


domingo, 8 de enero de 2017

UNA ÚLTIMA VEZ


Y allí estoy yo…como si la vida no hubiese transcurrido, sentada en la mesa más distante y arrinconada del café-bar. Eso sí, frente a una ventana que me permite atisbar la noche tras la mugre adherida  al vidrio durante el día. Mucha mugre, pues ya no es hora del café…sino del bar.


Revuelvo con el índice los cubitos de hielo flotando en el J & B que pedí hace casi una hora y del que todavía no puedo tragar ni siquiera la mitad ¿Por qué carajos pedí algo que me desagrada? – me pregunto conociendo la respuesta – Simple,  ese era el whiskey que él me servía por las madrugadas tras una barra a oscuras dentro del club Sirio Libanés a puertas cerradas,  en tanto él terminaba su partida de “golpeado” “truco” o lo que fuera que estuviera jugando con los socios que frecuentaban el lugar.

Recuerdos… ¡tantos recuerdos!


Luego, cuando ya iba por el tercer trago largo a solas, pensando en nosotros y todos se habían marchado, venía por mí y se desataba la pasión en el cuartito del segundo piso. Sin demasiadas preguntas y con distintas expectativas entre ambos. Para él, el mejor de los sexos, para mí, lo mismo, pero con una sublime cuota de amor real  que dar y tantas cosas de qué hablar.

Cuando todo terminaba y los malditos gallos de pueblo se hacían escuchar aún en el casco céntrico, siempre me quedaba el salobre gusto de las palabras nunca pronunciadas, los espacios vacíos, los silencios inquietos, las miradas huidizas.


Aún bajo los efectos del J&B y tras la ternura contenida de una renuente despedida, montaba mi motocicleta y salía disparada a toda velocidad, como si eso pudiera elevarme al cielo para llenar lo que me faltó. Mas no lo aceptaba, embriagada por sus besos la euforia sojuzgaba las carencias.


El aire fresco previo al amanecer acrecentaba los efectos del alcohol en mi cuerpo. En ocasiones me pregunto ¿cómo demonios no me estrellé ninguna de esas noches de amor furtivo?


¿Furtivo? Todo mundo sabía de nosotros, de nuestra clandestinidad pero negándose a permitirnos un camino, una salida…Y así continuamos prisioneros en nuestras propias celdas separadas. La tuya en compañía, la mía en soledad intermitente.


--¡Mierda! ¿Qué carajos hago aquí?—pregunto en voz baja pero clara

--Esperándote—me respondo a mí misma en ese oscuro bar



El mozo me observa, voy quedando sola en el lugar, deben ser como las 4 am. 
Si. Ya es hora de subir a la moto y sentir como el aire acentúa la embriaguez  de aquella sensación apasionada que me estremece la piel cubierta con los vahos de tu aroma. Me bebo de un trago el whiskey, miro el reloj, llamo al mozo, pago la cuenta, cruzo la puerta y el aire me recibe.


No vendrás. En realidad hace 20 años que no vienes, después de 14 de haber existido en tu piel contra la mía, en cada lugar, en cada rincón de nuestro mundo.


Esta es la primera vez que te espero desde que acaeció el final y vos, ni siquiera te enteraste…sino quizá y, tan solo quizá…hubieses recorrido los 600 km que hoy nos separan, para beber un beso acariciando despedidas, una última vez.


Un taxi se aproxima, le hago señas. Hace tiempo que no conduzco  moto, me subo, un par de lágrimas ruedan cálidas sobre mis mejillas.

--¿Dónde, señora?—pregunta el chofer


--De vuelta a la realidad, por favor—respondo con tus ojos tristes titilando en los faros que se aproximan por el carril contrario.



© MARCELA ISABEL CAYUELA