martes, 31 de enero de 2017

DENUEDO








Parpadeó para aclarar la vista, estaba 

hecho. 

Con una de sus muñecas intentó  enjugar el 

sudor que goteaba desde su frente. 

Fue inútil, el látex de los guantes 

solo le produjo una sensación estremecedora 

al contacto.


--¡Mierda! –exclamó detrás del barbijo 

cubriéndole la mitad del rostro



Tuvo un principio de claustrofobia luego de 

varias horas de notable esfuerzo  así, 

envuelta en plástico, goma y telas 

impermeabilizadas. Trató de serenarse. Lo 

importante aquí y ahora era su rotundo 

éxito. Había salvado una vida…

finalmente.




Si. Una vida en realidad valiosa. La propia.




Después de 20 años, aquel maníaco 

engendro que reposaba descuartizado en el 

mesón de acero inoxidable, no volvería 

ponerle una mano encima.



© MARCELA ISABEL CAYUELA


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