DENUEDO
Parpadeó para aclarar la vista, estaba
hecho.
Con una de sus
muñecas intentó enjugar el
sudor que goteaba desde su frente.
Fue inútil, el látex de los guantes
solo le produjo
una sensación estremecedora
al contacto.
--¡Mierda! –exclamó detrás del barbijo
cubriéndole la mitad del rostro
Tuvo un principio de claustrofobia luego de
varias horas de notable esfuerzo así,
envuelta en
plástico, goma y telas
impermeabilizadas. Trató de serenarse. Lo
importante
aquí y ahora era su rotundo
éxito. Había salvado una vida…
finalmente.
Si. Una vida en realidad valiosa. La propia.
Después de 20 años, aquel maníaco
engendro que reposaba descuartizado en el
mesón de acero inoxidable, no volvería
a ponerle una mano
encima.
© MARCELA ISABEL CAYUELA
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