EGOISMO
Habíamos sido infinitamente felices desde el mismo día
de nuestra boda. Pero la enfermedad llegó para hospedarse en tu existencia,
perseverando en separarnos. Tu risa se apagó conjuntamente al brillo de esos
ojos que tanto amaba. Yo no estaba listo para perderte mas tú, indeclinable, estipulaste
que no se realizara ningún procedimiento de resucitación al momento de tu
muerte.
Y el funesto día llegó, envuelto en su negro atuendo
para clavar la hoz sobre tu pecho y arrebatarte el último aliento. Me miraste
con dulzura y dijiste “adiós”
--¡No!—grite desesperado. Pero ya no me escuchabas. Te
habías ido
Por segundos que parecieron eternos me debatí en la
diatriba de respetar tu voluntad o el rotundo dolor que me causaba tu
definitiva ausencia. Entonces, impelido por la humanidad de mi egoísmo, corrí
por el cuarto, busque lo necesario, tomé tu brazo y te cambié las baterías.
Imagen: Cortesía de Ana María Walter
© MARCELA ISABEL CAYUELA
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