sábado, 26 de marzo de 2016

CRISIS (Parte II)


A veces me pregunto, ¿de dónde proviene esta pena? Un desasosiego infausto que me recorre indeclinable y sin sentido. Asaltándome violento en cada recodo de mi existencia.
¿Dónde nace? ¿Porque me inquieta?
Es un sino, quizá un destino… ¿una condena?
Batalla diaria, cruenta y sempiterna que no da chances cuando a mi puerta llega.
Cansa, agobia, desconsuela.
Se roba mis momentos quebrándome en ausencias
--¡Sin rima! ¡Sin rima! ¡Sin rima!-- Me repito una y otra vez desahogándome con letras.
¿Qué es un escritor? y ¿Cuál es un poeta?
¡Que alguien me explique! Necesito que alguien me diga cómo encontrarle un sentido a tanta y tanta tristeza…
Me tiembla el pulso y se anegan los conceptos entre dudas que me aquejan.
--¡Sin rima carajo! ¡Es mi vida la que está expuesta!--
Amistad, lealtad, franqueza…
Rencor, envidia, egocentrismo…
Palabras que golpean mis sentidos confundiendo mis preceptos. ¡Me siento tan estúpida a veces!
Creer…crecer…confiar… ¿Amar?
¡Por Dios! ¿Y yo quién soy? ¡¿Acaso existo?!
El antes y el después… Duda y Desconcierto.
Mi historia, las sombras y el silencio.
Que alguien me explique…


MARCELA ISABEL CAYUELA
(Conflicto existencial de madrugada)

viernes, 25 de marzo de 2016

FRAGMENTO DE UNA VIDA


Y estaba allí, como cada noche al salir del bar. Pateando piedras sueltas por la calle. Porque hay piedras sueltas en la calle ¿no sabían? Si, las hay.
El pavimento se desgasta, como la vida misma, dejando expuestas las pequeñas redondeces que formaron parte de esa cinta azul grisácea.
Y Gabriel se desahoga con ellas. Hastiado. Todos los días aquella idéntica rutina. Ineludible.
Amanece con el tedio de una existencia diluida, ronda la mañana presintiendo, sin siquiera tener conciencia de ello, los vacíos que hoy ocupan el lugar que destinó a sus sueños. Come mal y a destajo, cualquier cosa, lo que pudo preparar con los restos de comidas anteriores. No le importa. Cree que no siente. Y siente que no hay más.
Luego el trabajo. Un jefe gordo y maloliente que no cesa de gritar que es un inútil.  Las copas, los platos, el detergente y muchas ratas asomando el hocico por entre los cajones cargados con botellas vacías.
--¡Mierda! ¡Una puta mierda!—Murmura Gabriel cuando se queda a solas en la cocina, navegando entre el hedor del espectáculo deprimente que se muestra ante sus ojos y la impotencia de sus brazos flacos.
Es muy joven Gabriel, pero solo en años.
El tiempo suele transcurrir de un modo extraño para los chicos como él. Los hijos de la vida. Hermanos de la realidad y ahijados de la injusticia. Se visten de tristeza cuando apenas dan los primeros y temblorosos pasos fuera de la infancia. Ese es el único atuendo que sus madres pudieron  costear; remendándolo con lágrimas nacidas en ausencias y pobreza.
La escuela es solo una tarea más. Una puerta que se abre a la esperanza, pero solo para aquellos que pueden abocarse  a ella. No para los que se ven conminados a luchar por el pan de cada día.
Soles, lluvias, vientos, hambre y mil fracasos. Negaciones…
No hubo juegos para él, ni juguetes. Su niñez huyó dispersa quien sabe dónde y en qué momento.
--¡Rajá de acá boludo! – Le grita Gabriel al borracho de la esquina…Siempre tratando de manosearle los bolsillos buscando monedas para embriagar sus propios duelos.
Lo olvida de inmediato. Si hay algo que se consigue durante una vida de perros…Es una memoria breve.
Y sigue pateando piedras, como si pateara los minutos transcurridos durante toda su existencia.
Apoyada en el marco de una vieja y descascarada puerta de conventillo, la madre, único pariente que recuerda o que le importa, lo está esperando. La mujer es un émulo envejecido de su propia esencia. Con la figura enjuta y los ojitos preocupados, atisba  la oscuridad de la calleja ansiando ver por fin dibujarse ante ella, la silueta de su hijo, llegando sano y salvo de vuelta a casa.
--Gracias Dios…-- Suspira Ema cuando Gabriel atraviesa la entrada dejándole un beso fugaz   sobre la mejilla helada.
Y entonces, como cada noche desde hace 20 años, el latigazo de un recuerdo mezquino de piedades le golpea a la mujer el pensamiento.
--“No estoy seguro de que sea hijo mío” –Fueron las palabras de aquel hombre, el amor de su vida, ante el defensor de turno en la Fiscalía Pública del pequeño pueblo donde se conocieron.
Donde nació Gabriel. Su Gabriel. El que solo lleva su apellido de soltera.
Ema sacude la cabeza escondiendo una lágrima que se resiste a partir de su rutina, mientras la joven espalda del muchacho se disuelve en la oscuridad del corredor. Y cierra la puerta. Como si pudiera así, dejar también el dolor afuera.
En el pequeño cuarto, Gabriel se tumba aun vestido sobre la cama….En su mente, sigue pateando piedras.
Total y como siempre…aun estarán allí mañana.

MARCELA ISABEL CAYUELA
Marzo 2016 – Argentina
(Derechos Reservados)


miércoles, 9 de marzo de 2016

UNA LOCA HISTORIA


--¡Que el diablo me lleve a cuestas!- Dijo la Palabra mientras zarandeaba a golpes la puerta del Silencio.
Silencio no quería saber más ná. Ambos rompieron relaciones el día en que sorprendieron al Escritor traicionando su confianza en brazos de la Música, revolcándose desnudos de pudores sobre un Pentagrama en penumbras.
Silencio, como un buen exponente de macho chauvinista que era, tuvo el desatino de tomar partido por su Autor. Tal descabellada actitud enervó las tildes de Palabra quien lo arrastró fuera de la Melodía arrojándole hasta los Diptongos. Desde entonces no se plasmaban en ningún Escrito.
--¡Rómpete ante mí Silencio!- Exclamaba su antagónica pareja ante la manifestación en sí mismo del otro, oculto tras la contraseña de la Compu.
--……………- Era todo lo que Palabra percibía de su amado.
--Sin ti no puedo…Es tan duro sostener un Texto sin tu ayuda- Suplicaba insistente. — ¡Las Comas y los Puntos decidieron hacer huelga de Símbolos Ausentes! ¡Es imposible continuar así! ¿Acaso no lees que estoy cansada de existir sin tus Pausas recorriendo el dibujo de cada uno de mis Sonidos?-Terminó Palabra bajando el Acento de la Esdrújula, que cayó inerme sobre sus Agudas.
--…………..- Fue la insoslayable respuesta de Silencio que se parapetaba estremecido tras la pantalla led del ordenador en suspensión.
--Piensa en nuestros hijos—Insistió agobiada la dama que ya se desdibujaba. –Suspiro ya no me exhala, tampoco Miedo ha vuelto a esconderse tras las sombras de Intriga o de Tristeza. Y ni que escribirte sobre los pequeños Risas y Angustia…Ellos simplemente duermen todo el día, ya no se levantan del teclado.-
Palabra tipeó como la tinta tricolor comenzaba a fluir desencadenada desde la Floritura de sus Cursivas, amenazando con inundar el molde de la Times New Roman que cubría su silueta en los días oficiales.
Había elegido ese atuendo para buscar a su compañero de Libro. Pensaba que una Arial no era lo suficientemente atinada para la solemne ocasión. Y aunque revolvió todo el ropero Word en busca del Formato perfecto se decidió por lo Predeterminado, desechando todo lo demás en la Papelera de Reciclaje del Procesador de Texto.
Nada…Sin respuesta…
--¡Muy propio del tunante!- Pensó Palabra desbordando el Margen.
En eso, repentinamente se precipitó dentro del estudio cayendo a tropezones sobre el escritorio revuelto de Relatos, nada menos que el Autor de todos sus males…Escritor. Infiel amante.
--¡Carajo, qué es tanta falta de Inspiración!¡¿Dónde está Musa que no ha puesto un poco de orden?! ¡Esto es ininprimible! ¡Joder!! – Dijo el Hombre dirigiéndose a sus acompañantes de farra, los gemelos Corrector y Editor de Estilo.
Siempre andaban juntos esos tres. Se peleaban como locos después de tomarse unos cuantos Micros en las rocas. Pero no Creaban el uno sin el otro…Sin Espacios, más allá de un Final de Párrafo.
--¡A ver, Diseño y Portada! ¡Entren de una buena vez y ayúdenme a estructurar este Borrador que se me ha salido de Contexto!!!-
Ante la inesperada intromisión del dueño de ese circo que era la Biblioteca, Palabra corrió a sentarse entre las páginas. Tiesa y aferrada a su hijo Miedo que apareció desde un Final de Capítulo para darle fuerza a la autora de sus días antes de que ésta lo golpeara con un Encabezado. Silencio asomó tras el cursor entreabierto y palpitante desde el monitor recién encendido. Detrás de él aparecieron Sol y Fa, los nuevos amigos que hizo durante su pelea con Palabra. Al ver a estos últimos, Palabra se cayó de K y abrió inmensamente las O mientras esbozaba una enorme L debajo de la M.
Estuvo a punto de Redundar pero lo pensó mejor y guardó sus S´s para otro Tomo.
--¡Es hora de aclarar los Versos!- Sentenció Escritor dirigiéndose a toda la Obra.
--Mi amor está y estuvo siempre con ustedes. Lo mío con Música no es un Final Abierto. ¡Es un Desenlace Perfecto!.-Explicó ya más calmado bebiéndose un Cuento que dejó inconcluso sobre la mesa.
--La escuché borracho de Poesía cuando no sabía cómo continuar con mi Historia. Ella me dio Armonía, Sensación y Vuelo. Es la viuda de los Grandes y al igual que yo tiene varios hijos. He aquí dos de ellos—Aclaró, señalando a los gemelos Sol y Fá situados de pie junto a Silencio. –Hoy, ella vendrá con el resto a conocerlos-Finalizó.
En ese instante desde el reproductor Mp3 sobre un montón de Haikus asomó tímidamente la aludida, con las Claves temblando y rodeada de un montón de Notas. Inició su danza en derredor de la familia escrita mientras esgrimía a modo de presentación, Ritmos y Compases. Cada uno de ellos con su propia prole de Blancas, Negras, Redondas y también Corcheas.
De pronto todo el estudio estuvo lleno, tal Antología casi no cabían en un Compendio. Dirigidos por el “Chac Chac” de Metrónomo y el “Tac Tac” de las teclas bajo los dedos de Escritor, el grupo entero desplegó sus artes olvidando recelos.
Y así transcurrieron las Ideas, el Trabajo y el Esfuerzo.
Los corrieron de varias Editoriales. Eran una familia demasiado Extensa y sus caseros no admitían los Anexos. Es que habían adoptado un montón de Adjetivaciones y muchos Adverbios. Sus reuniones eran ruidosas colmadas de Allegros, Pianísimos y la hiperkinesia de los Verbos.
--Inadmisibles—Repetían los caseros.
Finalmente un día, iluminados los Espacios Grises y despejando lo Común de los Lugares. Escritor y Música dieron a su familia de Lectores, la buena nueva.
En una sinfonía concatenada y sublime de amor y entrega. Y acompañados de Palabras, Notas y Silencios concibieron su primer hija…fruto de la unión entre Inspiración, Constancia, Aprendizaje y Talento…
--Aquí esta.- Dijo emocionado Escritor.
--Mi primer hija…-
--Mi Novela-
*Dentro de aquel libro con olor a nuevo. Palabra y Silencio continuaban la habitual disputa. Ella sin callarse hasta el Pie de Página y él….amparado en sí mismo detrás de la Contratapa.
En tanto Escritor y Música vivían su romance enamorados y bebiéndose los Versos*
MARCELA ISABEL CAYUELA
2016 – Argentina
(Derechos Reservados)
Imágen: Kumi Yamashita

ISABELA


Le faltaba el aire cuando abrió la puerta para escapar.
Era de madrugada y la oscuridad se abalanzaba sobre sus temores prestos de realidades sorprendidas. El filo del frio inconmovible le abría múltiples heridas atravesando la delgada tela del vestido.
No podía regresar. Ya no.
Con las manos intentó cubrir su pecho y agachando la cabeza se lanzó al callejón en sombras que abría las umbrías fauces a su derrotero incierto y desolado.
Los pasitos breves resonaron sobre el húmedo pavimento mientras se alejaba de la puerta, en dirección opuesta. Dejando todo atrás…Indefectiblemente.
Todos esos años había vivido en la percepción insomne de una realidad que le era ajena. Atisbando el mundo a través de otra mirada, otros anhelos. Sueños y experiencias abrigadas por terceros. No por ella. Nunca por ella.
Hasta hoy…Se dijo mentalmente esperando que el recuerdo le cediera un poco de las fuerzas que necesitaba.
Palpitaba…
Se estremecía…
Pero no dudaba. No podía permitírselo. Estaba hecho.
La farola triste que iluminaba a medias la calleja, danzaba en haces hamacada por el viento. Un millón de perros toreaban sin identidad amparados por las sombras de la noche.
Ahora corría. Mientras más rápido mejor. Apretó los puños frunciendo el ceño. Esbozando valentía.-- Todo terminó-- Se repetía mentalmente en cada exhalación. Finalmente…
Sin recuerdos ni equipaje que no cupiera en sus sentidos, Isabela se perdió en penumbras desdibujándose en ausencias.
Tras la estela de su esencia, una ventana  comenzó a lagrimear olvidos. No la seguirían. No podían.
Se quedaron atrapados en la mezquindad de la violencia. Ahogándose lentamente en el impulso coordinado de la sangre que dejaba ya de circular.
Un pecho inerme y el vítreo espejo empañando el iris muerto de unos ojos suplicantes… Quedaban atrás. Con las manos encrespadas aferrando puños que no volverían a golpear.
Era libre. Pensó Isabela mientras a los lejos ululaba profanando la insonoridad de su partida…la sirena policial.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Marzo 2016- Argentina

(Derechos Reservados)

jueves, 3 de marzo de 2016

EL ENTERRADOR


Cuando amanece en su día, él se toma un tiempo. Despejando los velos del sueño embriagado en licor barato que compro en cualquier esquina al salir del Camposanto.
Restrega sus párpados hinchados tratando de enfocar su ya débil y gastada visión. –Maldita miopía- Piensa fastidiado.
Al observar sus manos curtidas de barro y callos se detiene unos instantes sobre el negro que decora el interior de unas uñas mal cortadas y amarillas por el trabajo y la nicotina. –Donde están mis cigarrillos—Fue su segundo pensamiento.
Le cuesta ponerse de pie. Es un hombre grande. Pesado y viejo.
--Arggggggghh!!—Gruñe intentando distender la contracción de su espalda encorvada.--¡Hayyy!-Exclama en el tirón final que interrumpe el arco que intentó cursar al desperezarse. Y retoma su postura inicial friccionando sus hombros cansados. –Un trabajo de mierda-Clamó su actitud más que la voz o el pensamiento.
Como cada mañana en un ritual sin pausa. El viejo observa la mísera austeridad de su entorno aun en penumbras.
Un catre de campaña con el elástico roído por el óxido y los años emite su quejido agudo cuando despega finalmente su humanidad de los fuelles, desenredando el pantalón de grafa de entre las sábanas percudidas.
Da unos pesados e inseguros pasos hacia el ropero y se mira en el vidrio partido y húmedo que se aferra no sabe cómo a una de las destartaladas portezuelas del cachivache.
Se tilda ante el bifurcado reflejo de su rostro lleno de sombras y fiereza. Siente odio, desprecio de sí mismo. Repentinamente gira sobre sus pasos y preso de una de una nueva energía se dirige dando tumbos con toda clase de objetos desparramados en el polvoriento suelo, hacia el cuartito de paredes manchadas con hollín y aceite de frituras, que le sirve de cocina. Enciende la hornilla y coloca en ella una jarra enlozada del tiempo de su abuela. Entre el olor a gas que se filtra de la seca manguera del
regulador, comienza a surgir el aroma acre del café recalentado
más de una vez.
El hombre vuelve a tildarse hipnotizado en las volutas de vapor
que se elevan hacia un techo que es mejor no ver. Reacciona y se
encamina al baño. Bueno, es una generosa forma de llamarle al
recoveco sin puerta que contiene una cañería sin ducha, un
inodoro y un lavamanos de metal sin brillo. –Muy “Sin”- Se repite
mentalmente.
Abre el grifo…Sin agua. Luego la ducha…Menos.
--¡Carajo!- Rezonga con voz cavernosa, sorprendiéndose del
propio sonido.
De la mochila que cuelga sobre el sanitario lleno de sarro y
manchas de moho viejo. El viejo extrae un poco del sospechoso
líquido que el recipiente contiene y lo lanza sobre su rostro y
cabello. Masajeando la barba descuidada y peinando con los
dedos el desastre de su pelo cano. Con retazos de una incolora
toalla seca bruscamente la humedad que gotea por su cuello
arrugado y marcado por surcos blanquecinos sobre un gris
perenne que le cubre todo el cuerpo.
--Chsssssss- Suena el café volcándose en la hornalla y los
borbotones escupen el agrio contenido perdiéndose entre las
múltiples e indefinidas manchas a su alrededor.
--¡Mierda! – Rezonga el hombre precipitándose de vuelta a la
cocina.
Manoteando un trapo atrapa la jarra y apaga la llama.
Se quema.
Y surge anodino el recuerdo.
“Ella… Si no hubiese sido por ella…” Cavila resignado mientras se
derrumba en el único taburete junto a la vieja mesa.
Ni siquiera sirve su indefinible brebaje en la desportillada taza
que yace solitaria junto al resto de sus pocos utensilios en un
estante de madera mal pintada enclavado en la pared.
--No hay azúcar—Murmura entre dientes –Bah! Tampoco me gusta. Nunca me ha gustado. – Y rodeando con el sucio trapo el contorno del recipiente hirviendo, lo acerca hacia sus labios. Sopla deshaciendo las volutas de humo que suben desde el mismo y su vista se extravía concentrada en la misma nada de sus pensamientos más sombríos.
Cada día de su vida, durante ya hace no sabe cuánto tiempo, ha existido con idéntica rutina desde que tomara aquel empleo.
No tuvo más opciones desde el día en que su padre lo expulsara de la casa.
“Y todo fue por Ella”- Mastica el pensamiento con la furia contenida desde el principio de su historia.
“Si ella no le hubiese enseñado a despreciar a los otros hijos de su padre”… “Si no se hubiese rebelado”
Casi desde que tiene memoria, es un simple Enterrador. Desde temprano en la mañana y hasta el atardecer de cada día. En especial los domingos. Cuando las fútiles conciencias impelen a los humanos a acallar sus culpables aullidos visitando a las pútridas víctimas de su accionar a diario. Cuando piensan que un ramo de cadáveres floridos adornaran la cúpula que los separa de la muerte allí atrapada bajo tierra y lápidas cubiertas de moho, misterio y lágrimas desoladas.
--Que estupidez- Se repetía el viejo, mientras solía observarlos a la distancia obligada por el Administrador del Cementerio.
--A estas buenas personas no les cae bien ver tus sucias fachas cerca de sus muertos- Solía repetirle el jefe.
Cómo si estas sucias fachas no fueran las que pusieron esos restos a cubierto de su mundanal hipocresía. Le contestaba el viejo mentalmente, siempre en silencio. No fuera que pudiese perder el único trabajo para el que era bueno.
Separar para su honra, a los vivos de los muertos.
“Y Ella… también ha muerto” Más que un pensamiento, era un dolor que le nacía en lo más profundo del pecho.
Durante los atardeceres el Enterrador, solía vagar entre las tumbas, simulando recoger las miserias que suceden a los hombres. Basura, desechos. Presencia inanimada de sus rápidas partidas. Cómo si les molestara permanecer demasiado próximos al recuerdo del correr del tiempo. Y sus consecuencias.
El viejo solía esperar las últimas horas del ocaso, era casi una ceremonia privada dentro de su monotonía.
Cuando el naranja intenso del sol ahogándose tras los cipreses, paría las primeras sombras subrepticias entre los monumentos de piedra, mármol y hasta el común cemento. El enterrador se escabullía en los senderos alejándose hacia los límites traseros del predio. Una vez allí, lo bastante lejos. Miraba por sobre sus hombros asegurándose una soledad presente. Era Su Momento. El único, desde que expulsado del hogar paterno, perdiera también su herencia y todos sus derechos. Luego aquel funesto instante en que asumió la pérdida final de quien pudo ser su compañera. Sin Ella, no quiso nada más y se condenó a sí mismo a este, su personal infierno.
Pesadamente, arrastraba sus pasos hasta una tumba secreta, que él siempre supo vacía. Erigida con sus propias manos, durante cada tarde al cerrarse el Cementerio, desde hace demasiado tiempo.
Allí solitario y vencido, se hincaba en la resignación de su impotencia y lloraba. Como un niño, hasta inundar su pecho.
La monocromía fútil de sus miserables días perdía sentido ante este dolor que era remembranza del odio, la incomprensión y el miedo.
Entonces, bañado por las primeras luces platinadas de una luna que lo observaba despiadada. Elevaba su vencido rostro mirando directamente hacia el firmamento. Y recitaba de memoria las palabras grabadas con sus propias uñas sobre un oscuro trozo de piedra informe.
Para ti mi amada
Perdida en la condena
Y a la espera del reencuentro
Para Lilith…
Por toda la eternidad
Luzbel…
*Nota final: Y se derrama el café hirviendo junto al salobre y silencioso llanto de un Ángel que se condenó a sí mismo a la humanidad*
MARCELA ISABEL CAYUELA
2016 – Argentina
(Derechos Reservados)