UNA ÚLTIMA VEZ
Y allí estoy yo…como si la vida no hubiese transcurrido,
sentada en la mesa más distante y arrinconada del café-bar. Eso sí, frente a
una ventana que me permite atisbar la noche tras la mugre adherida al vidrio durante el día. Mucha mugre, pues ya
no es hora del café…sino del bar.
Revuelvo con el índice los cubitos de hielo flotando en el J
& B que pedí hace casi una hora y del que todavía no puedo tragar ni
siquiera la mitad ¿Por qué carajos pedí algo que me desagrada? – me pregunto
conociendo la respuesta – Simple, ese
era el whiskey que él me servía por las madrugadas tras una barra a oscuras
dentro del club Sirio Libanés a puertas cerradas, en tanto él terminaba su partida de “golpeado”
“truco” o lo que fuera que estuviera jugando con los socios que frecuentaban el
lugar.
Recuerdos… ¡tantos recuerdos!
Luego, cuando ya iba por el tercer trago largo a solas,
pensando en nosotros y todos se habían marchado, venía por mí y se desataba la
pasión en el cuartito del segundo piso. Sin demasiadas preguntas y con
distintas expectativas entre ambos. Para él, el mejor de los sexos, para mí, lo
mismo, pero con una sublime cuota de amor real que dar y tantas cosas de qué hablar.
Cuando todo terminaba y los malditos gallos de pueblo se
hacían escuchar aún en el casco céntrico, siempre me quedaba el salobre gusto
de las palabras nunca pronunciadas, los espacios vacíos, los silencios
inquietos, las miradas huidizas.
Aún bajo los efectos del J&B y tras la ternura contenida
de una renuente despedida, montaba mi motocicleta y salía disparada a toda velocidad,
como si eso pudiera elevarme al cielo para llenar lo que me faltó. Mas no lo
aceptaba, embriagada por sus besos la euforia sojuzgaba las carencias.
El aire fresco previo al amanecer acrecentaba los efectos del
alcohol en mi cuerpo. En ocasiones me pregunto ¿cómo demonios no me estrellé
ninguna de esas noches de amor furtivo?
¿Furtivo? Todo mundo sabía de nosotros, de nuestra
clandestinidad pero negándose a permitirnos un camino, una salida…Y así
continuamos prisioneros en nuestras propias celdas separadas. La tuya en
compañía, la mía en soledad intermitente.
--¡Mierda! ¿Qué carajos hago aquí?—pregunto en voz baja pero
clara
--Esperándote—me respondo a mí misma en ese oscuro bar
El mozo me observa, voy quedando sola en el lugar, deben ser
como las 4 am.
Si. Ya es hora de subir a
la moto y sentir como el aire acentúa la embriaguez de aquella sensación apasionada que me estremece
la piel cubierta con los vahos de tu aroma. Me bebo de un trago el whiskey,
miro el reloj, llamo al mozo, pago la cuenta, cruzo la puerta y el aire me
recibe.
No vendrás. En realidad hace 20 años que no vienes, después de
14 de haber existido en tu piel contra la mía, en cada lugar, en cada rincón de
nuestro mundo.
Esta es la primera vez que te espero desde que acaeció el
final y vos, ni siquiera te enteraste…sino quizá y, tan solo quizá…hubieses
recorrido los 600 km que hoy nos separan, para beber un beso acariciando
despedidas, una última vez.
Un taxi se aproxima, le hago señas. Hace tiempo que no
conduzco moto, me subo, un par de
lágrimas ruedan cálidas sobre mis mejillas.
--¿Dónde, señora?—pregunta el chofer
--De vuelta a la realidad, por favor—respondo con tus ojos
tristes titilando en los faros que se aproximan por el carril contrario.
© MARCELA ISABEL CAYUELA
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