Llevaba horas dentro de aquel
profundo y húmedo agujero. No logró verlo y se precipitó dentro, mientras huía
aterrorizada de aquel infame que en la tarde violentó la paz de su morada.
Evidentemente, él tampoco ya que tras buscarla intensamente desistió
marchándose quien sabe dónde. Tan anónimo como había llegado. Ahora tenía frío,
miedo y sollozaba.
Nunca destacó por ser creyente,
más lo extremo de la situación ameritaba este último recurso: Dios.
Y ante El rogó. Imploró por su
rescate. En silencio y también a gritos. Entonces divisó esa luz allá en la
cima. “La divinidad respondía” pensó algo sarcástica al cabo que estiraba el brazo hacía la silueta que asomaba
auxiliándola. Se aferró a ella y sintió que se elevaba. Cerró los ojos y una
vez arriba, esta la envolvió en su manto.
--Dios existe –murmuró aliviada
--Por supuesto que si –respondió la
parca…mientras la abrazaba.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Abril 2016 – Argentina
(Derechos Reservados)
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