martes, 7 de marzo de 2017

MÁS ALLÁ DE LA HISTORIA

Capítulo 2

ESCALOFRIANTE REVELACIÓN





Mientras deslizaba nerviosa sus manos por el piso, el polvo depositado en el mismo empezó a volatilizarse elevándose hasta alcanzarle el rostro, entonces percibió el ardor que éste le provocaba al hacer contacto con su piel.


--Ummmmm, si, esto es cal—dijo por lo bajo.


La acústica de su voz reverberando en el ambiente le proporcionó una estimación tentativa sobre la estructura edilicia del recinto en el que se encontraba, inmersa bajo una densa oscuridad.


Arrastrándose de rodillas y sin dirección precisa, a pocos metros halló la mochila, Casi sin aire y con el corazón latiendo aceleradamente abrió la cremallera y, tanteando el interior, dio con la maldita linterna. Antes de encenderla se replegó contra uno de los muros encogiendo las piernas en actitud defensiva.


Tragó saliva, aun cuando prácticamente tenía la garganta reseca. Parpadeó varias veces y oprimió el botón de encendido. Ante sus ojos, un elevado muro se le presentó tan próximo que sufrió una crisis claustrofóbica. Durante unos minutos pataleó movilizándose hacia cualquier lado instintivamente, procurando alejarse de la pared que se izaba frente a ella. Pero el despropósito de su movimiento solo convirtió el aire en irrespirable. El polvo se le metía en los ojos, candente y abrasivo. Intentó tranquilizarse.

Tornó a centrar su atención en el haz de luz y recorrió el entorno. Numerosos pasillos con altas entradas en forma de arco se bifurcaban en todas direcciones. Si, ya no le cabían dudas, de algún modo había ingresado a las catacumbas de Lima. ¿Pero cómo era esto posible?- pensó azorada.


Iluminó su reloj pulsera a fin de verificar la hora, necesitaba datos específicos que la conectasen con una realidad factible, pero el mismo mostraba haberse detenido a las 03:00 hs.


--¡¿Qué?!—exclamó –¿Las tres de la madrugada? ¡Es imposible!


Sus remembranzas databan del atardecer, en el exterior de la Basílica y Convento. No tenía en mente haber siquiera entrado al edificio, mucho menos, introducirse fuera del horario permitido a la red subterránea. Jamás le hubiesen autorizado el recorrido sin la compañía de un guía acreditado. Las posibilidades de extraviarse allí eran descomunales.


Resultaba inútil conjeturar sobre ello. Urgía asumir prioridades y la principal de todas sin lugar a dudas, era salir de allí. ¿Pero cómo?


Notó que se hallaba en una especie de socavón dentro de uno de los corredores más estrechos. Si avanzaba un corto tramo alcanzaría los pasadizos centrales que lucían ostensiblemente más amplios. Por otro lado advirtió que desde sus muros pendían farolas, indicando que se trataba de aquellos que usualmente formaban parte del itinerario turístico. Reflexionando en tal detalle, le restaban dos alternativas: seguir el recorrido de las farolas hasta quien sabe dónde; o bien permanecer allí mismo y aguardar que el personal diurno del Museo arribara junto alguna nueva troupe de turistas.


Titubeando, continuó desplazándose por el recinto, muy lentamente y escudriñando como podía los detalles a su alrededor. De pronto se vio situada al borde de un área circular, bastante extensa. De pie allí, percibió que la temperatura descendía varios grados en forma abrupta, su linterna comenzó a parpadear cual si estuviese a punto de apagarse. Inquieta, la golpeó repetidas veces contra la palma de su mano, pero fue inútil, la intensidad de la luz decrecía tornándose amarillenta.


Aun así, prosiguió hasta tropezar con un conjunto de formas indefinidas y, trastabillando, se desplomó de bruces sobre las mismas. Palpándolas advirtió sus redondeces, especulando que clase de piedras presentarían cualidades y dimensiones tan uniformes. De pronto se sintió mareada, tal vez se había golpeado la cabeza, no estaba segura pero la obnubilación no le permitió incorporarse. Mientras, un desagradable e intenso vaho nauseabundo a descomposición añeja penetraba sus pulmones, apoderándose de sus sentidos.


Daniela perdió el conocimiento. Solo reaccionó a causa de la vibración que conmovía cada resquicio dentro del hábitat, en tanto apreciaba como las extrañas piedras sobre las que yacía se deslizaban cual si flotaran sobre arenas movedizas, abriendo una brecha que amenazaba con devorarla hacia desconocidas profundidades. Hizo un nuevo esfuerzo por levantarse, pero nada en lo que se apoyara mantenía su firmeza, deslizándose y volviendo a derrumbarla sobre el mismo sitio. Poco a poco comenzó a distinguir sonidos, símil a un coro de voces, clamando susurrante desde aquella misma ciénaga vivificada, de la que luchaba por huir con desespero.


Su linterna, caída a pocos metros de distancia, se encendió repentina ofreciéndole una panorámica del lúgubre tapiz sobre el que se debatía infructuosa. Eran las calaveras de miles de esqueletos sepultados en lo que seguramente constituía una de las innumerables fosas comunes diseminadas a través de toda la extensión de las catacumbas.


Fue lo último que alcanzó a ver antes de que brazos descarnados la sujetaran por el tórax sumergiéndola en aquella viscosidad de muerte palpitante. Daniela contuvo la respiración todo lo que pudo, hasta que el líquido viscoso y sepulcral prorrumpió inundándole la boca y ahogándola.


Continuará…


© MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos Reservados)



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