MÁS
ALLÁ DE LA HISTORIA
Capítulo
2
ESCALOFRIANTE
REVELACIÓN
Mientras
deslizaba nerviosa sus manos por el piso, el polvo depositado en el mismo
empezó a volatilizarse elevándose hasta alcanzarle el rostro, entonces percibió
el ardor que éste le provocaba al hacer contacto con su piel.
--Ummmmm,
si, esto es cal—dijo por lo bajo.
La
acústica de su voz reverberando en el ambiente le proporcionó una estimación
tentativa sobre la estructura edilicia del recinto en el que se encontraba,
inmersa bajo una densa oscuridad.
Arrastrándose
de rodillas y sin dirección precisa, a pocos metros halló la mochila, Casi sin
aire y con el corazón latiendo aceleradamente abrió la cremallera y, tanteando
el interior, dio con la maldita linterna. Antes de encenderla se replegó contra
uno de los muros encogiendo las piernas en actitud defensiva.
Tragó
saliva, aun cuando prácticamente tenía la garganta reseca. Parpadeó varias
veces y oprimió el botón de encendido. Ante sus ojos, un elevado muro se le
presentó tan próximo que sufrió una crisis claustrofóbica. Durante unos minutos
pataleó movilizándose hacia cualquier lado instintivamente, procurando alejarse
de la pared que se izaba frente a ella. Pero el despropósito de su movimiento
solo convirtió el aire en irrespirable. El polvo se le metía en los ojos,
candente y abrasivo. Intentó tranquilizarse.
Tornó
a centrar su atención en el haz de luz y recorrió el entorno. Numerosos
pasillos con altas entradas en forma de arco se bifurcaban en todas
direcciones. Si, ya no le cabían dudas, de algún modo había ingresado a las
catacumbas de Lima. ¿Pero cómo era esto posible?- pensó azorada.
Iluminó
su reloj pulsera a fin de verificar la hora, necesitaba datos específicos que
la conectasen con una realidad factible, pero el mismo mostraba haberse
detenido a las 03:00 hs.
--¡¿Qué?!—exclamó
–¿Las tres de la madrugada? ¡Es imposible!
Sus
remembranzas databan del atardecer, en el exterior de la Basílica y Convento.
No tenía en mente haber siquiera entrado al edificio, mucho menos, introducirse
fuera del horario permitido a la red subterránea. Jamás le hubiesen autorizado
el recorrido sin la compañía de un guía acreditado. Las posibilidades de
extraviarse allí eran descomunales.
Resultaba
inútil conjeturar sobre ello. Urgía asumir prioridades y la principal de todas
sin lugar a dudas, era salir de allí. ¿Pero cómo?
Notó
que se hallaba en una especie de socavón dentro de uno de los corredores más
estrechos. Si avanzaba un corto tramo alcanzaría los pasadizos centrales que
lucían ostensiblemente más amplios. Por otro lado advirtió que desde sus muros
pendían farolas, indicando que se trataba de aquellos que usualmente formaban
parte del itinerario turístico. Reflexionando en tal detalle, le restaban dos
alternativas: seguir el recorrido de las farolas hasta quien sabe dónde; o bien
permanecer allí mismo y aguardar que el personal diurno del Museo arribara
junto alguna nueva troupe de turistas.
Titubeando,
continuó desplazándose por el recinto, muy lentamente y escudriñando como podía
los detalles a su alrededor. De pronto se vio situada al borde de un área
circular, bastante extensa. De pie allí, percibió que la temperatura descendía
varios grados en forma abrupta, su linterna comenzó a parpadear cual si
estuviese a punto de apagarse. Inquieta, la golpeó repetidas veces contra la
palma de su mano, pero fue inútil, la intensidad de la luz decrecía tornándose
amarillenta.
Aun
así, prosiguió hasta tropezar con un conjunto de formas indefinidas y,
trastabillando, se desplomó de bruces sobre las mismas. Palpándolas advirtió
sus redondeces, especulando que clase de piedras presentarían cualidades y
dimensiones tan uniformes. De pronto se sintió mareada, tal vez se había
golpeado la cabeza, no estaba segura pero la obnubilación no le permitió
incorporarse. Mientras, un desagradable e intenso vaho nauseabundo a
descomposición añeja penetraba sus pulmones, apoderándose de sus sentidos.
Daniela
perdió el conocimiento. Solo reaccionó a causa de la vibración que conmovía
cada resquicio dentro del hábitat, en tanto apreciaba como las extrañas piedras
sobre las que yacía se deslizaban cual si flotaran sobre arenas movedizas,
abriendo una brecha que amenazaba con devorarla hacia desconocidas
profundidades. Hizo un nuevo esfuerzo por levantarse, pero nada en lo que se
apoyara mantenía su firmeza, deslizándose y volviendo a derrumbarla sobre el
mismo sitio. Poco a poco comenzó a distinguir sonidos, símil a un coro de
voces, clamando susurrante desde aquella misma ciénaga vivificada, de la que
luchaba por huir con desespero.
Su
linterna, caída a pocos metros de distancia, se encendió repentina ofreciéndole
una panorámica del lúgubre tapiz sobre el que se debatía infructuosa. Eran las
calaveras de miles de esqueletos sepultados en lo que seguramente constituía
una de las innumerables fosas comunes diseminadas a través de toda la extensión
de las catacumbas.
Fue
lo último que alcanzó a ver antes de que brazos descarnados la sujetaran por el
tórax sumergiéndola en aquella viscosidad de muerte palpitante. Daniela contuvo
la respiración todo lo que pudo, hasta que el líquido viscoso y sepulcral
prorrumpió inundándole la boca y ahogándola.
Continuará…
©
MARCELA ISABEL CAYUELA
(Derechos
Reservados)
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