miércoles, 19 de agosto de 2015

UNA EXTRAÑA EN MI MORADA

 Llevo horas tratando de deshacerme del cuerpo. Lo encontré esta mañana al levantarme, allí tendido sobre un gran charco de su propia sangre, en mi cuarto de baño. Apenas podía distinguir al alba la lividez de su piel corrupta por la muerte, húmedo su viejo camisón se adhería a las femeninas formas que quizá un día fueron plenas de curvas y belleza. Hoy lucía solo la decrepitud de años desgastados y en sus facciones los surcos de expresión denotaban la aparición de las típicas arrugas de una vida de aflicciones. Su cabello mal cortado daba fe del tiempo que había pasado desde su última tintura. El corrido rímel embardunaba sus ojeras y corría cual lágrimas por sus pálidas mejillas. Un triste y sorpresivo cuadro para comenzar uno de mis atribulados días. Justo hoy que debía mostrar la gran casona a futuros compradores, que no tardarían en llegar. Ya me había deshecho de todo cuanto tenía, la quiebra, el divorcio, todas las deudas me había quitado el sueño por semanas. Mi única salvación era vender la casa o terminaría por perder hasta la libertad. No podía posponer ésta oportunidad. Ocultaría el cuerpo hasta cerrado el trato y luego tomaría una decisión sobre que hacer con ese despojo. Comencé por tomarlo con firmeza por debajo de los hombros, casi de los brazos y arrastrarlo desde el baño, a través de los corredores y el gran salón vacío hasta la pequeña y escondida puerta del sótano, bajo las escaleras. Cada vez que lo soltaba para abrir dicha entrada, encendía la luz que iluminaba los escalones descendentes y al girar para retomar el peso de la mujer inerme…ya no estaba. Vaya susto me llevé la primera vez! Sin embargo el rastro sobre el piso de madera estaba claro. Lo seguí en retorno y de nuevo hasta la fría cerámica del baño. Creo haber estado en shock pues nada de esto me detenía ni llamaba a la meditación. Solo quería sacarla de allí. Lo intenté más de una vez con el mismo resultado. Al llegar a la entrada del oscuro sótano la mujer desaparecía. Era casi tan pesada como yo y yo no era demasiado fuerte. Estaba agotada. Además luego de esconderla, debía limpiar el rastro de sangre de todo el piso pues al parecer se había cortado las venas. Esta vez me senté en una pequeña antesala del cuarto de baño, dejé la puerta del mismo abierta…para observar el cadáver. Comencé a notar ciertos detalles, en su muñeca izquierda llevaba un brazalete de plata antigua que me resultaba familiar, decidí limpiarlo ya que estaba ensangrentado y descubrí que era una vieja pertenencia que había heredado de mi abuela. Recordé haberlo extraviado cuando forcejeaba con mi esposo para detenerlo. Sería na ladrona? Y si lo era porque suicidarse en mi casa?. Sería el fantasma de mi abuela? Eso es más probable por la manifestación obviamente sobrenatural al desaparecer devolviéndose al sitio de su muerte. Dios!!! Los de la inmobiliaria ya deberían de estar acá. El timbre no sonó jamás esa mañana. Pensando en mi abuela y en algún mensaje de ultratumba que quisiera darme, busqué entre los cajones de mi cuarto un retrato suyo y vine a compararlo con la muerta. Era claro. Había un gran parecido. Cuando desestimando todo mensaje decidí volver a iniciar el recorrido un encaje descosido de su vestimenta se enganchó en mi muñeca…eso me dolió en forma extrema y al deshacerme de la prenda pude ver en mi propio brazo una rojiza marca algo fresca, seguramente entre tanto ir y venir con un cuerpo muerto un raspón que no había sentido me habría dejado aquella marca. Me acerque al botiquín del tocador para buscar una venda y empañado allí se lucía sobre todo el gran espejo. Levanté mi vista hacia el y allí estaba yo…Envejecida y demacrada, con grandes y profundas ojeras cubiertas por algún rímel barato. Más abajo reconocí el vetusto camisón humedecido, el cabello sin teñir desde hacía meses. Y pude recordar…aquella noche pasada, una llamada de la inmobiliaria diciéndome que ya no había comprador para la casa. Me arrodille ante el cuerpo y me abracé a mí misma ensangrentada. Con esa última decisión tomada. Acabar con todo en la bañera. Luego me puse de pie y transite levemente, casi aliviada el trayecto hacia el oscuro sótano. Me detuve al borde y pensé—Esta vez el cuerpo no regresará. Sin dudarlo nuevamente me lance escalones abajo hacia
la oscuridad rodando hasta mi última morada.

MARCELA ISABEL CAYUELA
Agosto 2015 – Tucumán, Argentina
(Derechos Reservados)

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