domingo, 30 de agosto de 2015

ELLA CREYO., ELLA PENSO


Aletargada entre sus días grises de rutinas compartidas y obligadas, su existencia se deslizaba suave, involuntaria entre cada movimiento ejecutado meticulosamente, como cada día de su vida.
Impecable, discreta, silenciosa, sumisa…como si no estuviera dentro de su propio cuerpo otrora lleno de emociones y sueños.
Pasaron tantos años…tanta agua corrió bajo ese puente, que ya no recordaba ni siquiera su faz de juventud ni la alegría de su mirada ensoñadora de aquellos tiempos cuando decidió creer que la felicidad estaba allí al alcance de ese traje de novia y en los brazos de su primer amor.
Apenas en la luna de miel, pudo sentir como el ensueño se iba desgranando en realidades.
La cotidianeidad, la convivencia, los requerimientos de la otra parte. Sus ausencias que fueron aumentando inexplicables aun desde esos primeros tiempos.
El primer embarazo perdido, el segundo terminado. La soledad que se iba haciendo espacio entre las paredes de su hogar.
María se fue apagando con los días, desapareciendo como evaporada por el furioso calor de la injusticia que sabía bramaba en su interior sin permitirle nunca dar muestra de su existencia.
Ese hombre que un día la cautivó con su juventud su prestancia y encanto, se había convertido en el aburrido gordito traicionero, petulante, infiel y grosero que pertenece a la media común de casi todas las parejas.
El amor fue para ambos solo la ilusión del impacto de las hormonas actuando en sus cuerpos juveniles.
No era culpa de nadie. Ella por ingenua y el por mentiroso.
Como siempre el llegaría tarde a casa. Ella lo sabía. Es más había dormido en el sofá de la sala la noche anterior y ni siquiera lo había visto partir en la mañana. Subió pesadamente las escaleras hasta el dormitorio matrimonial. Debía hacer la cama antes de que el llegara. Desde ayer y por no dormir a su lado sintiendo el pestilente perfume barato a burdel de cuarta, no entraba al dormitorio. Por eso junto a un buen libro se acuartelo en el sofá. Supuso que se marchó sin desayunar pues la cocina lucía como el día anterior. Entro al dormitorio. La cama tendida, todo en orden tal y como ella lo dejó en la tarde anterior. Mariposas revolotearon en su pecho. Ni rabia, ni dolor…expectativa, sorpresa.
Tomando impulso aspirando el aire cuan profundo pudo se encaminó al placard. Abrió impulsivamente. Sus vestidos grises y aburridos seguían allí, los zapatos de tacón antiguo, los abrigos pasados de moda y desgastados; todo estaba allí. Y también…un gran espacio vacío al lado de sus cosas, del lado
que rigurosamente ocupaban las cosas de su marido…nada ni siquiera una corbata vieja.
Algo surgió dentro de ella. Pudo haber sido llanto angustia decepción por haber sido abandonada sin siquiera una despedida.
Se sentó sobre la cama, pensó y pensó. En todos sus años de vida gris al lado de un hombre que ni siquiera le dirigía la palabra.
En eso, sonó repentinamente el timbre de la casa. María pensó, quizá era el que venía a darle alguna explicación o más que probablemente a recoger algo que había olvidado, así de cínico era.
Bajo presurosamente las escaleras ante la insistencia de los timbrazos, ya cerca de la puerta pudo distinguir la voz de su madre desde el otro lado de la puerta hablando con dos personas más.
Abrió fastidiada.
---María! Nuevamente María!- Exclamó su madre.—Debes dejar de escaparte del hospital si es que algún día esperas recuperar la cordura y dejar de venir a la casa de tu hermana muerta! Acaso no ha sido suficiente para todos que ella se suicidara cuando su esposo la abandonó?---Ponte el abrigo María y vámonos inmediatamente de aquí, Tu psiquiatra está esperando en el coche!




MARCELA ISABEL CAYUELA
Agosto 2015 - Argentina
(Derechos Reservados)

1 comentario:

  1. Como he dicho antes. Eres tremenda. Una excelente narración y un final totalmente impensable. Bravo.

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