miércoles, 5 de agosto de 2015

LA CAPILLA

LA CAPILLA
Una pareja camina por el desértico sendero de un pueblo abandonado en el siempre místico Perú.
Se dirigen a una rustica, desolada y semiderruida capilla.
Los acompañan dos personas, a las que apenas conocen.
Ella viste un sencillo y blanco vestido sin detalles...él, pantalón y camisa, nada formal.
A medida que se acercan tomados tiernamente de la mano por la puerta principal del recinto religioso, va
asomándose un viejo sacerdote que sale a su encuentro desde la vetusta puerta en la pequeña parroquia.
Entran y caminan lentamente hacia el altar. El polvo cubre casi todo el lugar, al final del pasillo se destaca
un altar vestido de blanco y por sobre él, como iluminado por un aura celestial, un Cristo tallado en madera
que reina en agónica tristeza, como un recordatorio del modo en que murió por nosotros... los pecadores.
Rustica imagen, conmueve...
La pareja ya mayor, ha olvidado el entorno incluyendo al sacerdote. Obviamente se trata de un matrimonio
retrasado, nada menos que 24 años...
No hay invitados, solo el eco de los pasos y el crujir de la madera en el piso.
Aun tomados de la mano permanecen concentrados en el Cristo sobre el altar...crucificado.
El sacerdote inicia la ceremonia con temblorosa voz y sus palabras se pierden en la silente oración de los
contrayentes. Solo ante la pregunta, reaccionan contestando con amorosa y esperanzada fe, su afirmación
a los votos, e intercambiando los sencillos anillos, se miran el alma en los ojos.
Finalmente la vieja voz los declara esposo y esposa ante el Poder de Dios...Luis e Isabel cumplieron,
pasados 24 años del matrimonio civil y de los años de distancia, un sueño y un mandato del Cristo mismo.
En el ayer quedaba todo aquello que tuvieron que vivir...separaciones, abandonos, desentendimientos y
cuanto más...Simplemente no querían morir sin la bendición de Dios.
Ya pueden regresar. Isabel, que había cerrado los ojos por un instante, siente de pronto un silencio aun
mayor...y su cuerpo se estremece.
Con temor abre los ojos y la mano que sostenía, la de Luis , inesperadamente se convierte en fino polvo y
escurriéndose inevitable por entre sus dedos, donde ya no está el anillo...gira sobre sí misma y solo ve
obscuridad ... No hay sacerdote, ni altar, solo abandono y polvo.
Esta sola...no hay nadie allí...nunca lo hubo.
Vuelve a rotar sobre sus pasos mira al Cristo una vez más. Y regresa hacia la puerta...una radiante luz
penetra por la entrada, Isabel llega hasta ella casi flotando...la siente cálida.
Entonces lo supo...continuó caminando y se adentró misteriosa en aquella luz.
Nunca jamás nadie volvió a saber de ella...Quizá solo vino a despedirse…De un sueño, que nunca fue.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Octubre 2014- Perú
(Derechos Reservados)

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