sábado, 20 de febrero de 2016

EL DOLOR DE LA AUSENCIA

EL DOLOR DE LA AUSENCIA
Parte 1: DAVID
Un dolor en el pecho lo dobla en dos sobre su propio vientre, arrebatándole el trémulo aliento que anuncia un sollozo.
Las sábanas empapadas con el sudor producto del persistente insomnio que lo agobia desde hace meses.
Suspira, anhelando absorber la brisa que llega fresca y breve desde la ventana abierta hacia la noche despejada.
La humedad que cubre sus ojos muy abiertos, casi exorbitados es nada más que el producto de esa fiebre que ya no lo abandona. Delira.
Esta y se sabe solo…
Se acabaron las promesas casi tanto como la esperanza.
Terminaron cuando agotados por la sinrazón de su perenne tristeza todos los amigos, conocidos y parientes renunciaron a su verdad presente huyendo desgranados, uno a uno tras las bambalinas de un escenario muerto y desolado. Dejándolo inerme a su propia voluntad y consecuencia.
Se fueron…
Como ella.
Solo se marcharon.
Una estrella fugaz atraviesa el rectángulo preciso que da vista al firmamento…David recuerda…busca con todas sus fuerzas en la demencia de su mente alborotada, un momento…Uno feliz. Uno con ella.
Pero Adriana no está. Como no están las rosas o las risas. Ni las tardes abrazados junto al lago.
En medio del cuarto revuelto de ausencias, las sombras reinan donde habitaba su presencia. Reverberando en las paredes el aroma de esa nívea piel vistiendo el menudo cuerpo femenino. Desnudo de tabúes, cubierto solo por el negro y larguísimo cabello que enmarcaba su amplia sonrisa, recorriendo delicado la turgencia de sus pechos.
David llora…
David la extraña.
David no puede. Tampoco quiere.
Se le hace imposible desasirse de aquel melancólico sufrimiento que se ha convertido en la única manifestación de su pasada existencia. Vive a través de su dolor. Fuera de el…no queda nada.
La calidez sorprendida de una lagrima rueda por su mejilla y cae suicida sobre el hueco de Adriana sobre la almohada. Recordándola.
Las estrellas brillan iluminando tenues la sombra platinada que entra por la ventana. Una silueta comienza a perfilarse dibujada por la misma. Se incorpora tenso…no respira. Teme quebrantar aquel atisbo de su más profundo anhelo. Luego aquel perfume a orquídeas que siempre anunciaba la llegada de su amor al lecho.
Adriana…
Sin tan solo fuera Adriana…
Cierra los párpados con fuerza, ensimismado en el deseo. Sus débiles brazos apenas lo sostienen abatidos por el fuego que lo consume desde dentro. Pero David persiste. Ella es su Fe… su verdadero y único Credo.
Y llega el susurro. Apenas musitado en sus oídos.
Nunca supo él si era la caricia del amor en la acallada voz que lo envolvía leve. O era la cruenta fiebre que ya lo arrancaba de sus días.
Pero David creía…David lo cree.
Y se abraza a sus sentidos, transportado en los velos del ensueño. Parece flotar en la embriaguez de la añoranza. Su vientre se estremece. Está a punto de alcanzarla…Sí, sabe que es Adriana.
Tiene que ser Adriana.
La brisa se hace intensa y lo hamaca, lo envuelve, lo cubre, lo apaña. Se convierte en calma.
Y el la ama…en realidad no podría dejar de amarla.
Fundido con el espectro que en su alma vive y encarna. David se dibuja contra la luna abrazado con su amada.
Ahora son uno…
De principio a fin…
David y Adriana.
MARCELA ISABEL CAYUELA
Febrero 2016 – Argentina
(Derechos Reservados)

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