domingo, 27 de diciembre de 2015

DUELO ETERNO











Impertérrita la figura, caminaba lentamente con destino al amanecer sobre el campo santo. Vestida por completo de negro duelo y la faz oculta por sombrío velo, sostenía entre sus manos mustia la orquídea que un día el le colocara en la muñeca la tarde en que pidió su mano.

El lóbrego cortejo la seguía muy de cerca…nadie a su lado. Ni un solo ser atrevía su conducta en acercarse dentro de los límites de su propio dolor tardío ante una ausencia que inesperada sucumbía a múltiples expectativas.

Todos en el pueblo lo decían…el buen Robert ante la dama sucumbiría. Y presagios que fueron yertos se concretaron inermes sepultados junto a su cuerpo.

Que sabrían ellos de la cotidianidad durante aquellos años de supuesta entrega, de silencios y soledades supremas.

El tiempo transcurre incólume y despiadado encerrado entre los insondables muros de un claustro eterno.

Hoy frente a su tumba abierta y fresca, permanece erguida, adoleciendo el sacramento. Ve hundirse el féretro en el umbrío hueco que le recibe presto. Arroja la muerta orquídea dentro y eleva de su rostro el velo.

Secos de lágrimas, brillantes de misterio. Ahonda la mirada, la dispersa con el viento…y entonces puede verla, vestida de blanco etéreo con una rosa fresca entre los dedos. El grito sube a la garganta y se anuda en el silencio. La joven desde la distancia esboza una sonrisa casta y adelanta sus pasos hacia el cortejo. Más antes de besar con sus pequeños pies el removido suelo, en bandada las gaviotas arrebatan su figura del lóbrego momento. Elevándola muy lejos, donde se atisba el firmamento.

Ella por primera vez sonríe, satisfecha de aquel repentino vuelo…del dolor disperso.

El cortejo desvanece, ella aguarda su momento. Finalmente a solas ante esa lápida y su muerto extrae de entre sus ropas un velado objeto, lo empuña con fiereza y lo entierra con desprecio.

Fue su daga, ensangrentada por el tiempo. La misma que Robert usara para clavarle el vientre negándole al fruto el nacimiento.

Hoy enterrada entre la revuelta tierra del cementerio, yace cubierta en sangre de tres seres que un día convivieron. Madre, hija nonata…y ya muerto a propia mano el asesino.

Mientras se aleja lentamente y la lluvia comienza a perdonar pecados. Un mínimo haz de luz que baja desde el cielo entre las nubes, se posa suavemente sobre las letras perfiladas sobre mármol negro…" Aquí yace Robert, ilustre vecino, esposo ausente, corazón oscuro"

Ella se aleja, su revancha consumada, no hay sigilo ni escondite, solo le queda el húmedo sendero…y más allá una rosa, arrojada sobre el suelo, le indica el sitio exacto de su reunión con el amor certero.

La joven surge de la nada, iluminada incandescente, abriendo los pórticos del cielo. Tomadas de la mano, madre e hija se desvanecen entre el misterio denso.

MARCELA ISABEL CAYUELA

Diciembre 2015 – Argentina

(Derechos Reservados)


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