NUNCA
ANTES
Nunca
había imaginado, mientras miraba trémulas mis manos, que un impulso
desenfrenado me arrastrara hacia este abismo en el que hoy me encuentro.
Ningún
atardecer me condujo inapelable hasta extremo alguno en mi monótona y aburrida
vida, tan solo por el hecho de desgranar anaranjado su color tardío, de sol que
abandona el cielo sobre las sábanas revueltas de mi lecho, mientras desvanecía
su calidez sobre el desnudo cuerpo de aquella que más amaba.
Me
imaginé junto a ella, en enloquecido abrazo, como cada tarde al regresar de la
oficina. El cabello revuelto sobre la almohada. Perladas gotas de sudor se
balanceaban sobre su piel estremecida y agitada.
Oculto
entre las sombras de la entrada, simplemente la observaba. El rostro satisfecho
y placentero, los párpados cerrados y el extremo de su largo y bronceado brazo
desmayado sobre el pecho de aquel desconocido.
Allí
cubiertos por aquella indiscreta luz de la ventana, ambos yacían el letargo
posterior al clímax del amor ejecutado apasionadamente.
Ella,
que era mía. El que la invadía. Mil imágenes cruzaron por mi mente…describiendo
con crueldad inhumana cada instante transcurrido en aquella cama. Sádico el
pensamiento humano…que me atenaza el pecho y me desquicia el alma.
Para
que describir, lo que impulso mi cuerpo, mi esencia, mis manos y la ausencia de
la más mínima calma. A quien sorprenderá una historia que desde el principio
está contada?.
No
existe un final literario para mi historia aquí narrada. Es solo un sentimiento
que me surge entre palabras. Es fácil predecir, que les arrebaté la vida, el
aliento y hasta la esperanza.
Y
permanezco aquí, junto a la ventana. Mirando trémulas mis manos que debieran
estar ensangrentadas. Pero a la luz de la luna que ya se asoma junto a su luz
plateada, de mi cuerpo, no distingo nada. Cuando el haz acaricia los cuerpos en
la cama. Percibo a mi amada, elevando el pecho en un suspiro complacido,
mientras se incorpora aun desnuda y sin marcas…no hay huella alguna de mi
ataque a cuchilladas. Se dirige lánguida hacia el perchero donde cuelga de raso
blanco su bella bata, mira el tocador y se detiene, un retrato de ambos
permanece sobre la madera lustrada, nuestras sonrisas enmarcadas. Gira su bello
rostro hacia el lecho donde reposa aquel infame amante y esboza una sonrisa
enamorada. Toma el retrato y casi piadosamente lo introduce en el fondo de un
cajón de ropa blanca. Luego sale del cuarto dirigiendo sus pasos hacia la
ducha. Desde aquí pudo escucharla.
Cierro
mis ojos…nunca había imaginado, cómo sería matar a un ser amado. Tocar el filo
del extremo, llegar al límite, perder el alma. Pero esa funesta tarde los maté
a cuchilladas…y me quedé mirando mis manos ensangrentadas.
Sigo
caminando, es de noche, llueve sobre mi piel empapada con mis propias lágrimas.
Una sirena policial suena a mis espaldas, me detengo. Vienen por mí. En verdad,
ya lo esperaba. Vuela de nuevo mi desvarío y me veo nuevamente junto a una
ventana, observando triste mis manos pálidas. Levanto la vista, la escena se
repite, yo y aquellos dos en esa nuestra habitación hoy desolada. Y así día
tras día…en cada ocaso, cuando la tarde muere desahuciada.
Traición
y dolor que nunca acaba, repitiéndose cruel y condenada. Mientras permanezco en
esta celda sin ventanas, desde hace ya diez años, donde fuera encerrado cinco
antes, de que ella con otro se casara…cinco años desde que junto a él me
visitara y los celos me devastaran, convirtiéndome impiadosos, en su acosador
fantasma.
MARCELA
ISABEL CAYUELA
Setiembre
2015 – Tucumán – Argentina
(Todos
los Derechos Reservados)
Wowww Marcela,un relato que te mantiene en vilo de principio a fin. Los más sinceras felicitaciones
ResponderEliminarWowww Marcela,un relato que te mantiene en vilo de principio a fin. Los más sinceras felicitaciones
ResponderEliminarGracias Myriam!!!!!!
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